En
septiembre del año 2019 Jaime L.B. celebraba las fiestas patrias, invitaba a diez amigos con sus esposas e
hijos a su parcela, ubicada en la localidad de San Pedro entre Copiapó y
Caldera.
En ese lugar la entretención era para chicos
y grandes, paseos a caballo, columpios, juegos, piscina, etc. No había ningún
espacio baldío, todo cubierto de césped y sectores con árboles frutales y de
picnic, además de una cancha de fútbol.
Los diez amigos estaban comprometidos a
participar en este festejo con sus hijos, quienes llevaban sus propios objetos, pelotas, trompos los
volantines y sacos, etc. para participar en los juegos a la chilena.
Había una ramada muy adornada, degustación de
comidas y horarios de almuerzo. No faltaban golosinas y jugos, etc.
Los
amigos se asignaban el compromiso para que todo estuviera en orden, unos
preparaban el asado, las señoras atendían a los niños y los otros
encargados de los juegos.
A las 11 de la mañana de ese día 19, los pequeños decidían en que
juego se iban a inscribir. Los del palo encebado iniciaban el espectáculo, los
demás niños, adolescentes y adultos,
sentados en el pasto aplaudían.
Regresaban los juegos de antaño, el trompo, los ensacados en carreras, los huevos
duros en cuchara para una carrera, etc. Las madres observaban y otras
colaboraban en adornar las mesas para el almuerzo de los chicos. No faltaban ni
las empanadas ni el asado. La música folclórica y las voces de niños animaban
la fiesta.
Almorzaron los niños
y fueron a descansar en el pasto,
otros esperaban a sus padres que reposaran
un breve tiempo para bañarse con ellos en la piscina.
A las cuatro de la tarde caminaban con sus volantines a la cancha, niños y
niñas, sus madres o sus padres, todos los adultos eran sus tíos o tías, una
gran familia.
Los volantines grandes o pequeños comenzaban
lentamente a encumbrarse, eran pájaros de diversos colores, tenían colas
largas adornadas de tal forma que
presentaban la ilusión de pájaros
pequeños en una cuerda, siguiendo
al más grande. Cada vez se superaban en
altura unos a otros, los gritos por el volantín
que se fue en picada, el que se enredaba en la cola de otro. Papás y
niños corriendo para hacer otro volantín.
Claudette, hija de Clemente llevaba un volantín de tela orgánica, lo
había traído su madre de Santiago y su
hijo Alexis tenía un volantín en forma de pájaro. La variedad de volantines con
diversos materiales competían por llegar
más alto.
Nadie hablaba en los momentos que los pájaros iban
subiendo, se miraban de reojo unos a otros, las mamás conversaban sin dejar de
coger el volantín de su hijo antes que cayera al piso. Los flashes sonaban uno
tras otro, ya se contarían las historias.
Claudette tenía ocho años, no dejaba escapar el hilo y se alejaba de su hermano. Salía de pronto
un viento que en segundos aumentaba la
intensidad y una polvareda oscurecía la visión. Algunos volantines se fueron
con el viento, otros acabaron rotos. Adultos y niños corrían en busca de los adultos, el viento fuerte
parecía bramar. La hija de Clemente se había alejado tirando su volantín cometa
que iba muy alto y exigía más hilo al mismo tiempo ella se iba elevando. El
viento se desplazaba a mayor velocidad, su madre la llamaba al perderla de
vista, por el polvo en suspensión. Algunas personas gritaban temiendo algo
trágico al ver a la chica cogida del
hilo y balancearse en el aire, ella parecía embelesada.
Su padre corría intentando cogerla, los amigos que observaban
y estaban cerca le decían que esperara. Venía la calma y casi todos olvidaron
los volantines perdidos, estaban expectantes.
Se hicieron eternos los segundos, la niña se
equilibraba como un arlequín y lentamente
ella se aproximaba a la tierra sin soltar el volantín. El padre la cogía
entre sus brazos. Todos aplaudían y se
fueron a la ramada a pasar el susto de
sus vidas.
AUTORA: Nélida
Baros Fritis
Copiapó
(Chile)
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