Todas
las frutas y verduras se habían puesto en pie de guerra. Desde el tomate hasta
el puerro, estaban obstinados en que, el calabacín, merecía ser ejecutado. Sólo
la pera creía que el calabacín era inocente. Y éste, se quejaba a todas las
verduras y frutas de que estaba siendo injustamente acusado, que no había
cometido el crimen de despellejar a la patata, como ellos creían.
-¡Es
un ultraje!-chillaba el tomate rojo de la ira-¡hay que condenarlo al horno!
El
puerro, la manzana, la zanahoria y algunas patatas sobrevivientes, tenían sus
dudas de que el calabacín hubiera cometido tal asesinato. A lo que hubo que
recurrir a una prueba de ingenio, para ver si se delataban el calabacín, y
puede que la naranja, que se creía que era su lacayo.
A
lo que el juez tomate, les lanzó el siguiente desafío.
-Muy
bien, en vista del silencio del calabacín y de la naranja, os haré un trato. Si
ambos os declaráis culpables, os condenaré seis años a la nevera; por el
contrario, si ambos os negáis a confesar el crimen os encerraré en la nevera
durante un año. Ahora bien-cambió el tono por otro de mayor seriedad-, si el
calabacín confiesa su crimen, y la naranja no, la naranja será condenada a diez
años en la nevera y el calabacín será liberado; el mismo caso expuesto podría suceder,
que el calabacín negara su crimen y la naranja lo confesara, el calabacín
recibiría una pena de dos años al frigorífico, y sería la naranja quien saldría
libre. Quedaría el único caso de que ambos no dijerais nada, a lo que serían
condenados a una pena de siete años en el frigorífico. Tras lo que acabo de
exponer, ¿qué estaríais dispuestos a confesar o callar, calabacín y naranja?
Todas
las frutas y verduras estaban en pie de guerra, pues querían saber quién o
quiénes habían cometido el crimen contra la pobre patata. Pues ésta era muy
querida y apreciada entre la comunidad. Nadie se explicaba el crimen que habían
realizado contra ella, y tras encontrarla en semejante estado, la brutalidad y
el tamaño de las mondaduras, tuvieron que resistir el golpe de efecto de
semejante impacto ante la comunidad. ¿Cómo había podido ocurrir algo semejante
en la comunidad?
Era
digno de escándalo.
-¿Qué
harán la naranja y el calabacín?-preguntó al resto de la comunidad, la sandía.
-No
lo sabemos, lo único que sabemos, es que se encontró a la naranja y el
calabacín en la escena del crimen con un cuchillo en la mano, lleno de
mondaduras de patata.
-Es
verdad, ha sido un crimen atroz-contestó el melón.
El
juez seguía esperando que su estratagema surtiera efecto, pues la naranja y el
calabacín, estaba muy seguro, a su buen juicio, de que eran culpables. Tendría
tiempo más que suficiente para condenarlos al frigorífico, la antesala de lo
que era una condena horrible, pues significaba que pasarían momentos de horror
y de frío allí dentro.
-Es
una condena horrible, pobre patata, era muy querida en la comunidad.
-Ya
lo creo que sí, es un crimen espantoso. Dicen que tiene otras patatas a su
cargo.
-¡Y
lo que significaba para nuestra comunidad!-bramó el tomate-. Era una ciudadana
ejemplar.
-Era
tan querida en la comunidad. ¡Y tan joven!
-Ya
lo creo que sí, es una lástima lo ocurrido.
El
calabacín y la naranja, no habían dicho nada, estaban confundidos y absortos en
lo que el juez les había propuesto, y no sabían si habían caído en alguna red o
artimaña de la retórica del juez.
Lo
miraran por donde lo miraran, todo parecía guardar una trampa para su horrible
destino: el frigorífico.
-Yo
creo que el calabacín es culpable-dijo el puerro, con un aire de
convencimiento.
-Yo
también lo creo-dijo la sandía, con un tono de pesar en su voz.
-Es
que no lo entiendo, ¿por qué harían un crimen semejante?
-No
hay que buscarle mayor explicación, melón, es por el mero placer de asesinar,
de quitar una vida.
El
juez, nervioso, mandó a los pimientos-la policía que estaba bajo su mando-, que
apresaran y pusieran en celdas del frigorífico, en los compartimentos, al calabacín
y la naranja, para ver qué sucedía cuando los pusieran contra las cuerdas.
Estaba claro que uno de ellos, o ambos, podían acabar en la peor de las
condenas, pero tenía que someterlos a un duro interrogatorio para que uno de
ellos se acusara, o se incriminaran ambos, que uno se incriminara y otro no,
era una condena que no le parecía viable, pues quería encerrar a la naranja, ya
que estaba seguro que el cómplice, sólo había tenido una participación menor en
el asesinato, y quería condenarlo a una condena menor, en este caso, el
calabacín, aunque fuera preso.
No
se les podía escapar. La confianza del pueblo de verduras y de frutas, ya la
tenía.
¿Pero
qué sucedería en el dilema del calabacín, si hubiera sido él el asesino?
Paradójicamente saldría libre, condenando a la naranja, que el juez, estaba
seguro de que el verdadero cerebro del crimen, aunque el calabacín, fuera
condenado.
-¡Qué
tragedia que ocurran estas cosas en nuestra comunidad!-chillaron todas las frutas
y verduras, al unísono.
-Cojan
al calabacín e interróguenlo-ordenó el juez-, a ver qué podéis sacar en claro.
-¿Y
qué hacemos con la naranja?
-Déjenla
a un lado, e interróguenla después.
Había algunas peras que estaban convencidas en la
inocencia del calabacín, y de hecho, si este confesaba, podría salir libre,
pues por paradójicamente lo que pudiera parecer, es que el cómplice, fuera
realmente el asesino; tras lo declarado por el juez, lo mejor sería no
confesar, o incriminar al otro para tener su libertad.
-Comiencen
a interrogar-ordenó el juez, rojo de la ira como el tomate que era.
AUTOR: Juan Herrón González
Madrid (Madrid- España)
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