Entrar a la casa de los abuelos María y Antonio, era encontrarse con la calidez, el olor a masitas, la música de la radio y a la abuela cantando. Era sentir los afectos, el abrazo apretado, los mimos, las risas, el caramelo.
El abuelo siempre me despeinaba y yo me enojaba, entonces me daba un beso y me regalaba una golosina.
Siempre estaban contentos, nunca se enojaban, y habían pasado por muchas, pero habían rescatado lo mejor: la alegría de vivir.
El viernes entré a la cocina de la abuela y sobre la mesada estaba el pedido del supermercado.
- Abuela ¡Cuántas cosas ricas! ¿Qué vas a hacer?
- ¡Ahhh, mi piojita curiosa! Iba a ser una sorpresa, pero a vos te lo voy a contar. El domingo el abuelo y yo, cumplimos 50 años de casados y pienso hacer “un gran puchero a la española”. Allá en mi pueblo en Andalucía, son famosos los pucheros y mi madre lo hacía muy seguido.
Los ojos de la abuela se
enturbiaron, siempre le sucedía cuando recordaba a su amada España, donde se
casó a los 18 años, tuvo dos hijos y luego, por necesidad emigraron a
Nunca más vio a sus padres, ni a sus hermanos, pero acá pudo formar otra familia teniendo cinco hijos argentinos
Luchando y trabajando, con honradez, dignidad y amor, como todo lo que hicieron nuestros abuelos. María capitaneaba, insistía, ordenaba y no aflojaba.
Antonio tenía una casa de Ramos Generales, todo el pueblo lo quería por su carácter tranquilo y bonachón y siempre con una anécdota pronta para que el cliente se fuera sonriendo.
Y llegó el ansiado domingo, la casa de los abuelos parecía un panal de abejas.
El olorcito que despedían la carne, el puerro, las zanahorias, el apio, las calabazas, el repollo, las cebollas, los choclos, los chorizos y que se yo cuántas cosas más, te abría el apetito y “se te hacía agua la boca”.
Las tías preparaban la mesa parloteando todas a la vez, los tíos jugaban a las cartas amenizando ya con un vino suavecito y los niños correteaban por toda la casa y el jardín, gritando, riendo y peleando. Cosas de chicos.
El abuelo, emocionado, sentadito en su sillón de mimbre, recibía los besos y los regalos, no escuchaba mucho pero él asentía con una sonrisa. La abuela dirigía a todas en la cocina, mientras se escuchaba una música andaluza haciendo juego con el puchero.
¡La entrada de la comida fue triunfal! Las fuentes rebosantes de colores y sabores, envueltas en el vapor de la olla todavía, parecían trofeos fabulosos, todos los ojos fijos en ellas y las bocas saboreando de antemano.
A los cinco minutos desapareció todo, se acalló la conversación, sólo se oía: -¡Qué rico está abuela! Mientras seguían deleitándose con el gran puchero a la española de la abuela María.
AUTORA: Isabel Cismondi
Armstrong (Santa Fe- Argentina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario