Lorenzo tenía cinco años cuando su mamá enfermó. Vivía en Buenos Aires, rodeado de una de las hermosas familias, que se forman en las casas de pensión donde recalan a diario las muchachas de provincia, llenas de sueños y búsqueda de progreso. Mamá enfermó y tuvieron que buscar a su abuela, y de pronto, Lorenzo descubrió que a la tristeza de la despedida se le sumaba la emoción de emprender una aventura alucinante.
Como en los cuentos, como un hada, se acercó Margarita, manos rugosas, un timbre de voz alto unos ojos color cielo.
Un abrazo fuerte y rápidamente los hechos. Un viaje de ocho horas, en tren, pocas preguntas y mucho amor para ese niño.
Tenía abuela y abrió la revista que le regalara un pasajero que bajó en una ciudad donde paró el tren. En doble aparecía la foto brillante y colorida: "La comida", los deditos de Lorenzo señalando, los ojitos con destellos y un comentario, una certeza, la verdu del chileno- dijo. Margarita lo miró fijo y le dijo: Te gusta esta foto? Siiii- saltando. Mira qué bien, sabes una cosa, tú vives en la ciudad, pero en mi huerta verás todas esas verduras y frutas en la planta, y te daré un canasto para que elijas cada día qué vas a consumir. Lorenzo no se desanimó. Al saber que su única certeza tenía otra verdad. Quería llegar pronto a destino y comprobarlo. Extrañaba a su mamá, también a sus manas, solidarias amigas de la pensión. Pero su abuela nueva y su hermosa huerta serían el continente afectivo que lo salve.
Bell Ville (Córdoba - Argentina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario