Desde que me desperté todo parecía distinto, nada estaba como la mañana
anterior. La cama, con un tendido
diferente, el espaldar no tenía ya pegados mis viejas figuras de madera, la
virgen había crecido bastante y en lugar de tres había más de un gato sobre la
cobija. Todos eran muy hermosos.
Además de Frufru y Gatalina parecía haber más de un Yiyo. Me puse a acariciarlos y a inventar nombres
para cada uno. Lo mejor era el color de
algunas de las paredes y el papel tapiz de las otras porque combinaba hermoso,
yo ya había visto un efecto muy parecido en la casa de la señora Amanda, que es
la expresión misma de la delicadeza. Las
plantas y la luz tamizada hacían que toda la atmósfera fuera calmante y tan
hermoso que me sentí inmensamente feliz.
Había un problema, no había agua y cuando encendí el interruptor del cuarto
me di cuenta de que tampoco luz. Me
estiré y recosté en el sofá a descansar, era suave y el olor de su cojinería
delicioso, me parecía por ratos que me había asomado al cielo … pero … ¿quién
había cambiado para mí la casa - o, mejor dicho - ¿quién la estaba cambiando? …
seguro que, aunque faltaran la luz y el agua no deberían tardar si el resto
estaba ya terminado.
Había una sensación total de paz y un silencio tan grande, que agradecí al
cielo que por una vez no estuviera la muchacha de enseguida con su reggaetón
martillando desde temprano en mi cabeza.
Cuando me animé a levantarme y miré al comedor me llamaron la atención dos
enormes cestas llenas de hortalizas, pero especialmente una manzana que
resaltaba ente todas las demás con su apetitoso color rojo, yo la tomé, y la
sentí algo rara, pero al morderla supe porque, no era real como tampoco lo eran
las hortalizas, parecía fabricada en papel maché, entonces pensé ¡tan graciosos
mis hijos! Espere y verá que lleguen para que sepan que son tonterías.
Ya con más curiosidad que otra cosa, me puse a recorrer la casa y me
pareció que subí y bajé demasiadas escalas, los cuartos de los muchachos
estaban en total orden y los gatos todos me perseguían maullando – tienen
hambre – pensé y me dirigí a la cocina.
Lo peor era que no lograba encontrar el cuido, porque, aunque algunos
cajones abrían, otros parecían sellados desde hacía mucho tiempo, sin embargo,
sus coquitas de comer estaban todas juntas y pude contar treinta … me preocupé
en serio porque si alimentar tres gatos salía costoso, no me quería imaginar a
treinta, se iban a tener que volver todos vegetarianos para poder cuadrarlos en
mi presupuesto.
Fue entonces cuando pensé en ir a buscar la billetera para ir a la tienda a
comprarles comida, afortunadamente tenía más de diez mil pesos, me dirigí al
patio para lavarme la cara con agua que había visto recogida en una ponchera y
cuando lo hice me sentí mejor, pero reparé en que el patio era ahora el doble
de amplio y los pajaritos de David no estaban … alcancé a pensar que los gatos
… pero la jaula tampoco estaba. Al
parecer habíamos cambiado de lavadora y remodelado el piso ¡todo se me hacía
confuso! Y aunque lo busqué, no pude
encontrar a Juan para preguntarle qué estaba sucediendo. Mis cuadros estaban cambiados y algunos ni
siquiera estaban colgados, la trapeadora parecía nueva y en vez del jabón
normal en crema para los platos, había uno líquido.
Me acordé del cuido y me di cuenta de que la puerta estaba con llave, corrí
a buscarla por toda la casa, en los cajones, en los lugares habituales, en los
inesperados, entre mi propia ropa, pero no estaban ni ellas ni mi computador y
todo lo demás parecía nuevo o recién pintado.
Me estaba ofuscando a medida que buscaba y no hallaba mis cosas, hasta que
ya casi al borde de las lágrimas encontré debajo de la almohada de mi cama a
Coniña, mi cobija de niña y me sentí tan reconfortada y feliz que me senté en
un rincón para abrazarla y taparme con ella.
En medio de todo encontré su consuelo y me dije que alguien en algún
momento tenía que llegar y abrir la puerta, lo malo eran los maullidos que
aumentaban y mi propio estómago que no estaba para nada feliz, pero en realidad
no había allí nada que se pudiera comer … ¡qué descuido! – pensé – pero ¿Qué
podía hacer? …y volví a mi rincón para armarme de paciencia y sucedió algo
terrible ¡el día se volvió de pronto noche y otra vez día! Y entre tanto un
terrible terremoto sacudió la casa como si la hubiera arrancado de sus
cimientos. Grité y me metí debajo de la antigua y gran mesa del comedor por ser
el mueble más sólido y recuerdo que estaba allí cuando vi cómo toda la pared
enfrente de mis ojos iba desapareciendo y las hortalizas rodaban por doquier …
grite, lloré, le rece a Dios, me abracé a Yiyo y a Coñiña y cuando todo se
calmó la pared ya no existía y aunque no entendía lo que veía enfrente - pensé – bueno, ahora sí puedo salir y lo
hice.
Ya fuera de la casa lo comprendí todo, en realidad estaba en mi propio
cuarto y ahí estaba mi hijo David, yo solo había estado pasando la mañana
dentro de mi casa de muñecas de cartón.
AUTORA: Beatriz Ofelia Zuluaga
Medellín (Antioquia- Colombia)
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