A mi Nono, Pichón y mi Nona, Hilda.
Septiembre
me trae esos recuerdos de la niñez, de la casona, del campo, de la huerta
del "Nono". Septiembre florece y los aromas que trae consigo
despiertan en mí un sinfín de olores
perdidos. El naranjo en flor, el limonero, el duraznero...
Mi abuelo, el Nono o
Pichón, para otros. Tenía detrás del parrillero una huerta que siempre
florecía, desde acelga, lechugas, tomates, morrón, perejil,
hasta esas plantas con fragancias que me hacían picor en la nariz. El
tomillo, el orégano y la albahaca que tanto aprendí a amar. Mis mañanas
no volvieron a ser igual desde que el Nono se marchó. La casona parecía
vacía, su huerto parecía triste, pero claro, la Nona no solo se
ocupó de su jazmín, de sus rosas y margaritas, también le puso
empeño a la huerta, y por largo tiempo las fragancias de la casona
siguieron perfumando en septiembre. Hoy es un recuerdo lejano, casi
archivado en la memoria olfativa y visual. Su huerta siempre daba cosechas y
sus cuidados colmaban los Domingos en familia, con las pastas caseras (claro,
hechas con huevos de campo, esos de color bien, bien naranja) con el estofado
de pollo de campo. La comida sabía diferente en mi niñez, sabía a amor,
compañerismo, a esfuerzo. Aprendí de ellos el cuidado, el perseverar y el
amar las pequeñas cosas de la vida. Aún con un poco de nostalgia, a
veces, me pierdo en aquella casona, la recorro de punta a punta y observo
detrás del parrillero la acelga, la lechuga, el perejil y a mi Nono, con
sus manos blancas y grandes, sacar con cuidado y casi con desazón los yuyitos
que molestaban su cosecha.
Aún con corazón de niña, veo a la Nona con sus alpargatas blancas recoger una que otra margarita, rosa y jazmín, mientras las deja en el césped para sacar sus hojitas amarillas... sé en aquel recuerdo que esas flores serán para mi Nono, para su Pichón.
AUTORA: María Crescencia Capalbo
Pergamino (Buenos Aires- Argentina)
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