Como el barco del Viejo Marinero
del poeta inglés*,
allí anda mi país, errante,
sin escala cierta,
no acertando la misión del navegante.
Al filo eternamente,
rondando en este rumbo incierto,
entre borrascas y tormentas,
frágil, quebradizo,
a merced de las olas y del viento.
Es
inminente renovar las velas,
deslucidas y ajadas,
pues desvían el posible derrotero
y entorpecen la marcha.
No hay muelle o faro en la
distancia,
estamos remotos de la costa,
solos y aislados,
marchando a la deriva,
la rosa de los vientos es confusa,
no hay brújula ni mapa,
en medio de la ignota travesía.
Habrá que resguardar el timón,
y el estandarte que ostenta nuestra
proa,
pues andan fortuitos bucaneros,
que irrumpen sin aviso,
burlando el custodiar de las gaviotas.
Quizás sigamos deambulando,
como sempiternos vagabundos,
sondeando la seguridad de un puerto,
o nos hundamos, al errar en la maniobra,
y hallen un día los restos del
naufragio,
en la vastedad inmensa del océano.
De nada sirve ya, nuestro equipaje,
pues pesa, lacera,
y aviva las llagas,
y torna nuestros cuerpos encorvados,
nuestra piel con surcos,
y un profundo agujero en nuestras almas.
Y allí quedarán nuestros vestigios,
en la estela que deje nuestra nave
en medio de la bruma,
o en algún cuaderno de bitácora
encontrado en la arena con la espuma.
*El "poeta inglés" al que me refiero es Samuel Coleridge, su poema más famoso,“The ancient mariner”(El viejo marinero).
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