Diciembre comienza rojo y dorado, con
árboles enormes llenos de brillos y luces, que hasta parece que olvidamos lo
que sucede en el mundo, todo es alegría, los villancicos suenan en las tiendas
invitando a comprar y un gordo viejo pascuero plástico mueve una campanilla y
dice jojojo, no están los verdaderos que sentaban a los pequeños en sus
rodillas para escuchar lo bien que se habían portado durante el año y sus
peticiones. Todo es diferente a causa de la pandemia y mientras saboreamos un
rico helado, va de nuevo la pregunta que he evadido durante mucho tiempo.
_ Ya
pues Abuelita; cuéntenos como era la navidad cuando era niña
Es hora de hacerme cargo de mis emociones,
trataré de no llorar por mis recuerdos.
_ El
árbol era una rama de pino verdadero, como adornos colgábamos juguetes
pequeñitos amarrados con un hilo y en sus puntas motas de algodón que simulaban
los copos de nieve.
Todos escribíamos una carta donde contábamos
a este viejito bueno cómo nos habíamos portado y lo que queríamos de regalo,
lustrábamos los zapatos y los dejábamos debajo del árbol y debajo, la carta
para que no se equivocara.
No había luces de colores ni adornos como
ahora, no había cena, ni abrazos, ni se esperaba la medianoche.
Mis hermanos eran los que preparaban el
pesebre con cajas de cartón, un poco de pasto seco y nuestros muñecos, unos
trocitos de género y parecían los reyes magos.
Al
día siguiente, muy temprano, había un regalo, y arriba los zapatos de cada quien,
la carta ya no estaba, ¡ah! dentro de
los zapatos, golosinas. No siempre encontrábamos lo pedido, pero sí un vestido
o pantalón de la talla exacta, y también zapatos nuevos del número correcto. Yo
admiraba la memoria del pascuero ¿cómo puede acordarse de tanto niño y no
fallar en las medidas?
De juguetes, una cocina pequeña con sus ollas
y sartenes y para mi hermana un juego de tazas y platos, podíamos jugar a la
casita durante todo un año. Mamá nos decía, está listo el desayuno, una
aromática taza de chocolate con leche y un trozo de queque hecha por sus manos.
Y éramos felices (yo creo) no se podía pedir más.
Y así
eran todas las navidades; unas muñecas de trapo con patas largas y cabello
largo también (de lana), un vestido de repuesto para que nos entretuviéramos
cambiándolas y haciendo trenzas. No nos quejábamos, y salíamos a mostrar
nuestros regalos con las niñas del barrio. Y cada año espiábamos esperando ver
al viejo pascuero, abríamos una ventana, la más grande, para que entrara con su
saco repleto de regalos y, en absoluto silencio, estábamos hasta que el sueño
nos vencía.
Pero
ya más grande vimos a mi madre en actitudes sospechosas, algo había escondido
en el ropero y salió rápido, con mi hermana nos miramos y, sin decir palabra,
hurgamos entre la ropa y, sorpresa, encontramos dos cajas exactas, dos muñecas
de goma con lindas caritas de porcelana y vestido floreado, tiritaba, mi
corazón latía fuerte, quizás por la emoción de la muñeca tan fina o porque
entendí en un segundo que el viejito pascuero no existía, la ilusión se fue de
pronto y para siempre. Eran mis padres los que dejaban los regalos.
Mientras lloraba por la decepción, pensaba:
por eso el viejo no se equivocaba en las tallas de ropa ni números de zapatos,
y por eso mamá, antes de mandar a confeccionar las muñecas de trapo, preguntaba
¿qué te gusta más, el pelo crespo o liso? ¿rubio o negro? llegaban exactas a cómo
las pedía. Me encargué de decirles a todos la verdad, aunque mi padre me miró
con ojos enojados, no hubo nunca más una carta, ni desvelos, todas las ventanas
cerradas.
Desde ahí, mamá, antes de la navidad preguntaba
¿qué vas a querer de regalo?
_ Ya
Abuelita no se ponga triste
_
Entonces ahora, dígame ¿qué va a querer de regalo?
No, a mi edad mi mejor regalo de navidad es
celebrarlo con ustedes, cenar y mirar a medianoche al niñito Dios en el pesebre
o de donde esté, para pedirle que ilumine los corazones de las familias que han
perdido un ser querido, que lleve este virus, la pandemia y poder vivir en paz.
AUTORA: Hilda Olivares Michea
Chañaral -III
Región (Chile)
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