Aunque tengo 13 años, yo, Palmira Castillo, me considero muy madura. Por
eso, voy a contarte algo que me dio una
lección de vida y que anoto aquí, en mi diario íntimo, donde quedan escritas
mis experiencias, buenas y malas. Porque lo que me sucedió puede parecer un
fracaso, pero yo no lo considero así.
A veces estoy enojada, no sé bien por qué ni contra quién, pero es así.
Mi tío Jaime, que es psicólogo, dice que es normal en los adolescentes. Mi
hermano Félix, que tiene 10 años, dice que estoy un poco loca. Pero como sea,
me sentía un poco enojada con las fiestas de Navidad. No quería pasarlas con la
familia y puse un montón de excusas. Que el tío Enrique ya nos tiene cansados
con sus cuentos de pescador, que la abuela se duerme antes del brindis, que mi
hermano no se despega del celular. Y que yo estaba invitada a pasar
Estaban Camila y sus papás, y un grupo de jóvenes que cantaban. La mesa
estaba preparada con comidas sencillas, (claro, para que a los ancianitos no
les hagan mal), pero abundantes. Yo conversé con todas las señoras que estaban
muy elegantes y perfumadas y hasta algunas tenían peinados de peluquería y se
habían maquillado. Los señores estaban con sus trajes con corbata y conversaban
alegremente.
Después del brindis, hubo un momento de calma y de confidencias y pude
ver a algunas señoras residentes con caras tristes. Había quienes hasta se
secaban alguna lágrima. Los señores querían mostrarse más firmes, pero sus
semblantes también mostraban tristeza. Los papás de Camila me contaron que eran
personas cuyas familias, por diversos motivos, no los habían podido llevar a
sus casas a festejar
Pero ellos no se quejaban, comprendían que sus hijos y sus nietos,
tenían una vida propia y compromisos que cumplir. La mayoría estaba orgullosa
de ellos, y contaban los cargos que desempeñaban, los viajes que hacían y los
títulos que habían alcanzado.
Te juro, querido diario, que algo me golpeó con fuerza en el corazón.
Cuando terminó el festejo en el Hogar, pasadas las 12 y media de la noche,
corrí las dos cuadras que me separaban de casa. No sabía bien qué iba a decir a
mi familia, pero eso no importaba.
Cuando llegué todos estaban bailando, hasta mi hermano que por un
momento, había abandonado el celular. Me recibieron con el cariño de siempre y
yo, que no podía hablar porque una sensación extraña me cerraba la garganta, me
uní al baile muy feliz.
AUTORA: Susana Solanes
Rosario (Santa Fe – Argentina)
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