Como jugador: imparable, único,
incomparable, irrepetible.
Como
ser humano: igual que todos, con sus virtudes y sus falencias. Pero esa fue su
vida personal y privada, aunque los tabloides amarillistas la ventilaran y se
aseguraran ventas importantes con eso.
Fue
el niño que jugaba en el potrero. Aquel, que como dice la canción, soñaba con
jugar al futbol profesional y ayudar a su familia.
Y
jugó y tuvo la oportunidad y triunfó! Y nos hizo vivir momentos increíbles con
sus hazañas y sus gambetas. Con sus goles hizo llorar a rivales y festejar a
colegas.
Y
fue el que, junto a todo un equipo, trajo trofeos al país. Un equipo que él
lideraba y que cuando entraba a la cancha se oía el grito fervoroso de las
tribunas coreando su nombre.
Y
aunque muchos quieren comparársele, él sigue siendo el mejor jugador.
O
tal vez fue un ser excepcional que llegó del cielo para darnos alegrías…
Y
que un día, Dios lo llamó para que siguiera jugando al futbol allá arriba, en
el cielo.
Donde
no hay dolor ni enfermedad.
Donde,
seguramente, estará haciendo goles junto a los ángeles.
Acá en la tierra, nació la leyenda y que al pasar de los años se hará cada vez mayor. Y un día muy lejano se contará de boca en boca y seguirá resonando el grito: “Maradona, el único, el mejor!”
FIN
AUTORA:
Claudia Fernández
Balcarce (Buenos
Aires – Argentina)
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