El
calor golpea la ciudad de Santa Fe, estamos en diciembre.
Quedan
pocos días para Navidad, la gente da lugar a sus inquietudes festivas.
Seis días y entramos en la Natividad de
Jesús.
****
El atardecer ya comienza a hacer su senda
hacia la noche, algunos rayos amarillentos aún lo acompañan. Sobre las veredas
caldeadas, han comenzado a aparecer las bolsas de residuos, hay negras, verdes,
blancas, cada una dibuja una forma diferente. De una de ellas, abierta, asoma
un destartalado trencito de madera, sucio, despintado, también le faltan
algunas ruedas. Trozos de pan, verduras y moscas lo rodean.
Antonio, de apenas cinco años, todas las
tardes acompaña a su padre por las calles, juntan cartones y papeles.
El niño camina lento, siempre queda
rezagado, de pronto, descubre entre los restos el trencito de madera, lo mira
absorto, sus oscuros ojos apenas pestañean, sólo ven ese juguete. No sabe qué
hacer, ¿cómo dejarlo ahí tirado? Piensa, despacio se aproxima, espanta las
moscas y lo saca de la basura, su cara denota alegría.
-No juntes cosas sucias- grita el padre.
El pequeño, sorprendido, frustrado, obedece
y lo vuelve a tirar.
En ese momento, pasa por el lugar un hombre,
es Irineo Vázquez, se detiene a ver y escuchar, alzando la voz dice:
-Señor, deje que alce el trencito, soy
carpintero jubilado, yo lo arreglaré. Está bastante desvencijado, pero le
aseguro que va a quedar como nuevo.
El cartonero, dubitativo se acerca.
-Irineo le habla al niño: -A vos chiquilín,
¿te gustaría tenerlo? ¿Cómo te llamas?
El niño mueve afirmativamente la cabeza y
responde:
-Tonio.
-Bien Tonio, para esta Navidad tendrás tu
trencito. Usted señor –dirigiéndose al padre-debe prometerme que el día 24, a
esta misma hora, pasará por mi casa a buscarlo. Irineo se da vuelta e indica
donde vive, después saluda y se aleja llevando el juguete casi desarmado.
Irineo piensa: este niño no tendrá un árbol
rodeado de regalos, pero sí un trencito.
No obstante la canícula, el carpintero
decide esa misma tarde iniciar la tarea de
restauración.
Apenas llega, se pone una ropa cómoda y
fresca, busca la llave del candado, carga un ventilador y va hacia el
galponcito de atrás, donde posee todos los elementos para su obra.
La puerta se abre, se enciende una luz.
Irineo coloca sobre la estantería el ventilador, que al minuto comienza a
renovar el ambiente.
Como años atrás, aparecen sobre el banco de
carpintero, martillos, clavos, tornillos, pinzas, sierras, lijas…
Cada herramienta, trae a su mente recuerdos;
rememora lo atesorado en el tiempo.
Irineo
mira sus manos, nudosas, con pecas, arrugadas, aún no le tiemblan, se siente
vital.
La oscuridad va cayendo sobre la ciudad, el
hombre inicia la recuperación: mide, corta y cepilla trozos de madera. Virutas
van cubriendo algunos mosaicos del piso.
Ha puesto tanto empeño, que ha perdido la
noción de la hora, mira el reloj, pronto serán las once de la noche.
¡Dios! Se ha olvidado de sus remedios y
hasta de comer.
Abandona el trabajo, deja todo en orden,
cierra el candado y vuelve a la rutina de jubilado, será hasta la mañana
siguiente.
A las siete se despierta, el entusiasmo le
ha impedido dormir con tranquilidad. Toma un té con leche y come unos bizcochos
que conserva del día anterior. Ya se marcha cuando recuerda las pastillas del
corazón.
Pasan tres jornadas, Irineo no ceja en su
empeño y menos ahora que el tren está casi terminado. Falta pintarlo.
La máquina será verde con una campanita en
la chimenea, los vagones, rojo, amarillo y azul, un carnaval de colores.
Una nueva mañana llega, el trencito, está
terminado.
No se cansa de mirarlo, sonríe, piensa que
nunca tuvo uno igual. Abre un cajón, saca un grueso piolín y lo ata a la parte
delantera. El juguete está listo para recorrer los caminos.
Irineo llora, es su obra de arte. ¡Su obra
maestra!
El 24, víspera de Navidad, Tonio y su padre
llegan a la casa del carpintero, tocan el timbre, golpean varias veces. Nadie
atiende. Sus rostros denotan extrañeza, desazón.
Cuando deciden irse, escuchan que alguien
los llama, es un vecino, trae entre sus manos una caja celeste con un moño
blanco.
La cara del pequeño se transforma, expresa
gozo, bajo la visera gris del gorro, sus ojos brillan con intensidad.
Mas una noticia empaña el mágico momento.
Irineo Vázquez, ha partido a un sitio desde donde no se regresa.
-¿A dónde se fue? –pregunta el niño.
- A un lugar que está lejos, muy lejos, pero dejó esto para tí.
AUTORA: Mirtha Alicia Negretti
Santa Fe – (Santa Fe –Argentina)
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