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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

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domingo, 6 de diciembre de 2020

"Machetes en el asfalto" (por Alberto Ernesto Feldman) TALLER VIRTUAL 11


    Hace sólo un momento que acabo de llegar a casa, pero no pude evitar sentarme inmediatamente en la computadora y escribir esto que estás leyendo.

    Con el paso del tiempo, me  fui olvidando poco a poco de  esos aires de Navidad que comenzaban,  cuando yo era niño,  los primeros  días de diciembre, cuando terminaban las clases.

 Entre el olor de los jazmines y los duraznos, los chicos jugábamos  al aire libre  bajo un sol de fuego y la mirada vigilante y protectora de nuestros padres.

    Insensiblemente nos deslizábamos  hacia el próximo año,  con esa parada tan emotiva  en el encuentro  familiar de Nochebuena,  donde todo prometía ser bueno y feliz  para siempre. Luego, pasaron  muchos años y  muchas cosas se fueron olvidando.

     Pero fue  justamente esta tarde cuando  recuperé el significado de estos días.

 Volveré a sentirlos  como cuando era un niño de diez años, hace  ya  más de  sesenta y cinco.

  Pero basta de cháchara,  que aquí va la explicación.

    Vengo del dentista, donde desde hace casi  un mes voy dos veces por semana por un largo tratamiento.  Viajo desde Belgrano hasta Villa Pueyrredón, y de regreso tomo hasta Cabildo el ómnibus 107 ó el 114 en la esquina de las avenidas Mosconi y Constituyentes.

   Fue en Mosconi,  una ancha avenida de una sola mano, donde esperando por primera vez  en la parada,  observé a un muchacho de rasgos aindiados, de no más de diecisiete o dieciocho años, que como tantos otros,  trata de sobrevivir mostrando a su público,  en su mayoría automovilistas al principio  indiferentes, lo que sabe hacer,  cosa  que,  como vi  varias veces,  lo hacía  merecedor  tanto de un aplauso como de una aprobación en dinero.

   Me dejó paralizado de asombro. Dejé pasar varios colectivos y repetía su número cada corte de semáforo, una vez  tras otra.

   Su número era de circo,  de los mejores circos. Hacía malabarismos no con pelotitas ni clavas de madera, sino con  tres machetes de gran tamaño, que golpeaba uno con otro cada tanto, para probar su legitimidad con su pesado sonido metálico.

    Los arrojaba a gran altura, girando, y los recogía  con seguridad por el mango. Cada tanto se desplazaba un poco y tomaba uno de ellos de su espalda,  por supuesto sin mirar, y lo volvía a  la ronda con los otros dos machetes. Lo mismo hacía levantando una pierna y pasándolo  por debajo de la rodilla, e incorporándolo luego en sincronía al  ciclo de los otros dos elementos, todo a gran velocidad.

   En un momento,  colocó un machete vertical con el mango sobre su nariz, y caminó varios metros teniéndolo en equilibrio mientras arrojaba los otros al aire, siempre girando, recogiéndolos y volviéndolos a tirar, hasta que con un impulso de su cabeza arrojó al aire el que tenía montado en su nariz  y reconstituyó  otra vez su trío de machetes voladores.

 

  Nunca perdió el control sobre sus filosos instrumentos ni fue ninguno a parar al suelo. No había visto nunca nada igual. Quien tiene un dominio neuromuscular semejante, es un fenómeno.  

   Mientras esperaba  el cambio de luces para exhibir su número, el muchacho se tomó un descanso y se acercó a la parada de ómnibus, lo que aproveché para  felicitarlo con admiración.

   Le pregunté  donde había aprendido su destreza y si sabía que lo suyo era un espectáculo circense de mucha calidad; también le dije que debía hacerse conocer por medio de la televisión o la radio; a lo que contestó que  varias personas  le habían dicho antes lo mismo.

     Aseguró que lo que sabía, lo había aprendido de otra gente que como él, vivía en la calle,  que no quería obligaciones ni horarios,  era libre y ganaba lo suficiente, moneda a moneda, haciendo lo que le gustaba.

   Lo decía todo en un castellano perfectamente claro pero con un acento  cantarino  que  mostraba  a las claras su origen guaraní.

   Lo volví a ver cuatro o cinco veces sucesivas, coincidiendo con la espera del ómnibus después de cada sesión con mi dentista.

   La firmeza con que decía esto y  la expresión de sus ojos,  parecían un canto a la libertad.  En un primer  momento creí  que era un ser libre y feliz.

  Meditando sobre esto,  llegué a la conclusión de que   sólo un gran dolor y una gran resistencia al mismo tiempo, podían  combinarse en una persona  y hacer soportable la soledad de la calle y el dolor  entre  una multitud ajena.

      El  miércoles  pasado  lo vi  trabajando más rápido que de costumbre. En los quince minutos que estuve esperando el ómnibus, no descansó.

   Cuando cambiaba la luz y terminaba su acto en Mosconí, volaba a  Constituyentes y así alternó su número sin descanso entre las dos avenidas. No sé cuántas veces lo habrá hecho ni cuantas horas al día, pero hoy,  21 de diciembre, terminé con el dentista y  me extrañó no ver al joven fenómeno luciéndose con sus machetes  en  el cruce de las dos avenidas.

    Me acerqué al puesto de diarios de la esquina y le pregunté al  encargado  si sabía algo de  él.  -Si señor, me dijo-. Andrés vino a Buenos Aires hace cinco años a buscar a su padre, pero no lo encontró.  Ayer completó el dinero del pasaje  para volver a Oberá, Misiones, a pasar  la Navidad con su  madre, ¡Hace  cinco años que no la ve!...

     Me sentí feliz  y emocionado por haber sido testigo  de  este episodio de la calle.

  Desde hoy, para mí, Diciembre y las Fiestas Navideñas  volvieron  a oler a jazmines y  duraznos.

 

AUTOR: Alberto Ernesto Feldman

C.A.B.A. (Buenos Aires- Argentina)

TALLER VIRTUAL 11

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