No
importaba… No, no importaba cómo ni de dónde había venido. No importaba si lo había
comprado su madre o su padre. No averiguó si lo habían traído caminando o en
taxi…
Solo
importaba que él estaba ahí. El primer árbol de navidad.
Tito recordaba que
la semana anterior lo habían mandado a pedir plata prestada a la abuela...
¿Con qué plata lo habrían comprado?
A pagar, seguro... O con tarjeta...
El primer árbol de
navidad... Nunca antes los Fabre habían podido tener uno... A Tito no Le preocupaba la
pobreza de la casa, en el barrio pobre... O que el televisor era viejito y
tenía más rayas
que una cebra, o que los Reyes venían olvidándose de la bici... No lo avergonzaba
un vaquero
remendado (pero limpio, decía siempre su mamá), ni las zapatillas con algún agujerito...
Pero ese arbolito era algo más que un
adorno. Era... Como un mensaje en sí mismo....
Dos
por tres cortaba alguna de sus carreras al pasar junto al arbolito para
mirarlo... Inclusive, en éxtasis, llegaba a tocarlo, a acariciar las ramas
verdes de material sintético, áspero, duro...
Esa tarde
esperaron ansiosos la llegada de la noche, de la oscuridad: encenderían las
luces del
árbol. Ya las habían probado, pero de día no tenía gracia...
Los mosquitos
tempraneros venían por sangre, la madre prendió unos trapos viejos y unas ramas verdes que
ahumaron el enorme patio polvoso.
El padre dio la orden y se hizo la
luz.
Tito pidió permiso para apagar las luces
de toda la casa un ratito, con lo cual el brillo de las luces intermitentes se
vio magnificado...
Los padres
mateaban sonriendo en la oscuridad, mientras los chicos solo miraban las luces, hipnotizados.
La nochechita traía música mientras Tito
descifraba el mensaje en código de las luces.
En el multicolor parpadeo leyó un futuro
mejor...
AUTOR: Fernando Azamor
Zárate (Buenos Aires-
Argentina)
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