La noche se
recorta en una espesa negrura, pero en el hogar todo es brillo, luz, algarabía.
Corre el mes de diciembre, 24 para ser
precisos.
Fecha donde convergen las ilusiones más
recónditas.
Es allí donde se plasman la felicidad y la
tristeza, las que en cierto momento se dan la mano.
Es noche ideal para festejar, recordar a
Aquel que nació en un pesebre para que tuviéramos VIDA; pero también para
memorar otras Navidades, de cuando éramos chicos y toda la inocencia bullía en
nuestros pechos.
Esperábamos ansiosos los presentes que nos
traería el “Niño Dios”.
Ahora
ya en el camino de la adultez son otros los pensamientos que nos habitan.
Si bien es una linda fecha para compartir en
familia, quedan huecos, recuerdos que son tan difíciles de superar.
Observo el árbol de Navidad cuajado de luces
y guirnaldas; cerca del mismo se exhiben los regalos que esperan por sus
dueños.
La satisfacción me inunda el alma, pero al
girar la cabeza, mis ojos contemplan muy cerca de allí un sillón, aquel confortable
sillón, donde se sentaba la abuela, a quien por muchos años, coronamos como a
la reina de la fiesta.
Hoy está vacío, acodado en la nostalgia,
porque ella ya nos contempla desde una estrella.
Si me parece ver todavía su eterna sonrisa,
alentando a los más pequeños para abrir los obsequios; mientras sus manos de
hada acarician a los que nos acercamos para decirle: ¡“Feliz Navidad, abuela!”
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario