Mientras estaba llegando, pude divisar una
luz que inundaba el lugar. El tumulto dentro de la cueva me impedía ver con
claridad; los animales estaban alterados por la situación y no obedecían las
órdenes de los pastores que trataban de calmarlos y ubicarlos en algún espacio
para que no molestaran.
Yo tenía mi cabeza cubierta, como las
otras mujeres que también iban llegando alertadas por los rumores. Todo era muy
confuso y nadie sabía muy bien lo que estaba ocurriendo; me abrí paso entre los
curiosos intentando acercarme un poco más. El resplandor seguía siendo muy
potente y estaba centrado, como si estuviera dirigido a iluminar un punto
determinado. ¿De dónde provenía esa luminosidad tan intensa en esa noche tan
oscura de fines de diciembre? De pronto, los animales se calmaron y se
acostaron sobre la paja que hacía de piso. Los hombres y mujeres presentes
comenzaron a arrodillarse y allí tuve una perspectiva mucho más amplia de lo
que estaba sucediendo. Había un hombre y una mujer, y en medio de ellos, un
niño, envuelto en pañales. Todos mirábamos con asombro como queriendo descubrir
la causa de nuestra presencia. Me dijeron sus nombres y que la mujer era
virgen. ¿Virgen? Yo no los conocía. Pero la mayoría de los pastores que estaba
con sus rebaños no se sorprendió. Algunos tuvieron miedo, aunque no lo
confesaron. Lo sé porque pude escuchar lo que hablaban entre ellos. Contaban
que se les había aparecido un ángel, anunciando ese nacimiento, y que ese niño
sería nuestro Salvador, otros lo llamaban Mesías. Quedé estupefacta. Muchos profetas
ya lo habían anunciado y no había ocurrido. ¿Por qué tenía que ser esto verdad?
Sin embargo, una gran paz me invadió de pronto. Me arrodillé yo también y bajé
mi cabeza, cuidando de que no cayera mi velo. Cerré los ojos y junté mis manos.
Podía escuchar un silencio tan profundo que penetraba en mi cuerpo y lo
transformaba; sentía una energía casi sobrenatural que no podía entender. Mi
emoción me impedía volver a mirar, y corroborar lo que estaba ocurriendo. Yo
también tuve miedo, como los pastores. Pero mi miedo se centraba en confirmar
mi incredulidad.
Pasaron unos pocos segundos cuando levanté
la cabeza. Entonces miré. Allí estaba, en el pesebre, frágil pero lleno de luz.
Ya no hicieron falta más palabras ni explicaciones. Entonces comprendí, como si
yo también hubiera recibido un mensaje. Me levanté tratando de no hacer ruido, y
me alejé para no perturbar la escena. No me creerán, pensé. Y ellos, la mujer,
el hombre y el niño, también sufrirán exilio y rechazo. Se me llenaron los ojos
de lágrimas con solo pensarlo.
Emprendí mi regreso a casa, en las
colinas, a contarles a todos lo que había visto. Noté que otros tantos hicieron
lo mismo. Todos caminábamos con el paso firme llevando un recado para los que
no habían estado allí. Cuando ya me encontraba bastante lejos de la cueva, me
detuve y me di vuelta. Y la maravillosa luz seguía brillando en medio de la
noche azul, como si ya nunca más fuera a apagarse.
AUTORA: Beatriz Chiabrera de Marchisone
Clucellas (Santa Fe- Argentina)
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