Por fortuna, todavía aparece en el fútbol moderno, aunque
sea de vez en cuando, algún descarado cara sucia que se sale del libreto y
comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival y se lanza a la
aventura del gol. Y es en un potrero del barrio de
Fiorito en Buenos Aires, donde un pedacito de tierra sirvió para que detrás del
polvo que siempre levantan los chicos transportando una pelota, apareciera la
magia sustentada en un par de zapatillas.
Y así como de la nada, fue como en una cancha mundialista bajo el cielo
azteca un cara sucia de ese potrero, tomó la pelota en el círculo central y
comenzó una danza diabólica, donde fue dejando uno por uno a los defensores
ingleses, mediante un vínculo invisible que unía la pelota con sus pies. Una
jugada que dejó con la boca abierta a los espectadores del mundo, que como en
un ensueño, hasta que el arquero quedó en el piso y la pelota cruzó la raya de
gol, no podían creer lo que estaban viendo.
Una jugada magistral que hizo que un relator de fútbol diera gracias a Dios
por esa obra de arte y se preguntara de qué planeta había salido ese barrilete
cósmico, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta.
Es que en aquella tarde memorable, Diego Armando Maradona, que era ese barrilete cósmico, no había salido de ningún planeta, sino de un pedacito de potrero del barrio de Fiorito a miles de kilómetros de distancia, y esa obra maestra del fútbol había sido firmada por un cara sucia amante de la pelota y la pelota de él.
AUTOR: Néstor Quadri
Barrio Parque Avellaneda- (Buenos Aires - Argentina)
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