Un 30 de octubre de 1960, sumabas una
nueva vida para compartir la humildad de aquella apesadumbrada Villa Fiorito.
Una familia numerosa donde reinaba la pobreza total, al punto de priorizar
quiénes serían los destinatarios de cada comida y vos siempre salías
beneficiado porque el propósito era “hacerte fuerte y darle firmeza a esas
piernas prometedoras”. Una familia donde los ingresos de un “don Diego” como
administrador de una pequeña cancha de futbol y entrenador de un equipo donde
su hijo daría los primeros pelotazos, no eran suficientes.
Crecías
y con vos progresaban tus rulos, los sueños y el deseo incontenible de parecerte
a tu papá.
Tu
carrera no paró desde los 9 años cuando fuiste un “Cebollita”, pero no eras uno
más, vos nunca serías “uno más”.
Una
vertiginosa carrera futbolística, consecuencia de tu simbiosis con el balón, te
llevó a ser el mejor del mundo, a firmar contratos millonarios y a querer
satisfacer cuanta ocurrencia lógica o ilógica pudiese surgir en esa cabeza
impredecible.
¿Se
habían esfumado esos sentimientos tiernos e inocentes que te llevaban a
consolar a un pequeño contrincante ante una feroz derrota? ¿Se había diluido
ese primer gran amor que te acompañó siempre, desde que eras “nadie”? ¿Se
olvidó el orgullo tierno con el que entrenabas con margaritas en las medias
colocadas con pasión por tu hija mayor? ¿Te alejaste, acaso, de tus humildes orígenes?
Cuando
se enfrenta a una batalla de tentaciones, lujos, abusos, sincontroles y no se poseen
armas para tu propia defensa y tampoco se cuenta alrededor con personas de bien
que te apoyen y te ayuden a discernir, el resultado de la lucha no es favorable
y lamentablemente el protagonista es el más perjudicado.
Cuando
la fama ahoga, obnubila, marea, las raíces son endebles y las ramas son
frágiles ¿es tan difícil salir airoso de la situación?
¿Cuán
distinta hubiese sido tu historia si además de genio habrías seguido siendo esa
persona especial, tierna, humilde, frágil?
Eras
muy generoso, no escatimabas ayudar, en la balanza de tu vida, eso pesa y
mucho, es un valor plausible que el mundo te reconoce.
Si
hubieses podido reunirte de aquellos que te querían bien, que se preocupaban
por vos y no por “querer vivir de vos”, diferente hubiera sido tu historia.
¿Soberbio,
loco, renuente, caprichoso, irresponsable? ¿Fuiste de verdad así, o seleccionaste
ese disfraz para no añorar aquel niño humilde, ese al que tratabas de regresar
siempre que podías?
¿Quisiste
vivir esa vida o fue la vida que te salió? ¿Hubieses preferido seguir al lado
de esa mujer que dio todo por vos, que te regaló dos hijas que un día se
cansaron de tanto destrato y desconsideración?
Sin
dudas no tuviste buenos guías en el camino, aparentabas tener carácter, pero
eras un niño tierno mareado con tanto poder y éxito que no sabía hacia dónde
patear la pelota.
Fuiste,
sos y serás ídolo para infinidad de generaciones pero a mi entender, mereciste
una vida mejor, desde mi punto de vista el “ídolo” lo es cada día de su vida,
en la cancha y en las situaciones cotidianas. Un ídolo es un ejemplo, tus
jugadas y triunfos lo fueron, pero tu vida no. ¡Qué maravilloso hubiera sido
compartir un café contigo, justo en esos momentos difíciles por los que
atravesaste y que fueron muchos! Saber qué pensabas, qué pretendías, qué
soñabas. Zamarrearte con todas mis fuerzas, como a un hermano, para que
reacciones, que te valores y aconsejarte ¡Caramba, Diego, es por acá! ¡Caminemos
juntos! ¡Apoyémonos uno en otro!
Elegiste
morir solo, prácticamente sin cuidados, sin esa atención especial que tu
delicada salud y gastado cuerpo, necesitaban. Tal vez quisiste redimirte, dejar
en este mundo esa maravillosa imagen besando una hermosa copa dorada que dio
felicidad eterna a millones de argentinos. Abriste alas, gambeteaste la vida y
te fuiste junto a tus viejos.
AUTORA:
Liliana Ravasio
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
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