Cada 8 de diciembre se levantaba con entusiasmo y un dejo de esperanza.
Toda la semana la mamá le iba adelantando el día en el que armarían el
arbolito. Siempre dejaban un lugar especial, destinado a depositar la cartita
para Papá Noel.
Al principio sólo eran garabatos pero ella siempre elegía la mejor hoja
de ese block con dibujos infantiles que le habían regalado para un cumpleaños.
Su pedido se repetía año tras año. Cuando ya comenzó a conocer las
palabras, ponía su mayor empeño en cada letra, las dibujaba sobre el papel
mordiéndose el labio inferior, con mucha concentración y un poco
emocionada. Al dejarla junto al
arbolito, le pedía a su mamá que no la leyera, porque sino, no se cumplirían
sus sueños. La mamá guardaba todas las cartas en un cofre en el placard, pero
tal como se lo prometía, nunca las leía. “Ya llegará el momento en que sea más
grande y las leeremos juntas”, pensaba.
Fueron varios años, en los que, al abrir los regalos a medianoche, la
mamá notaba cierta desilusión en el rostro de la pequeña. Preocupada, le peguntaba si le habían gustado
los regalos y la niña respondía que sí, pero igualmente notaba un atisbo de
tristeza en sus ojos claros.
Pasó un tiempo, hasta que una
mañana de Navidad, al llevarle el desayuno a la cama, la encontró llorando
desconsolada mientras abrazaba con todas sus fuerzas la muñeca que había
recibido como regalo.
La mamá ya no pudo dejar pasar por alto la situación, apoyó la bandeja,
la abrazó muy fuerte pero a pesar de su insistencia, quedó en su corazón la
duda de lo que provocaba el llanto de su hija.
Transcurrió el año, pero no olvidó
que en diciembre rompería la promesa que le había hecho.
Se armó el arbolito y después de algunos días, la chiquita dejó su carta.
Una noche, al estar segura que dormía, leyó el pedido a Papá Noel que
había escrito la niña con más devoción que nunca. Quedó atónita, sentía temblar
sus manos y las piernas se le aflojaron, tuvo que sentarse, respirar profundo,
ordenar ideas y pasos a seguir al día siguiente. Cumpliría ese sueño, tendría
que pedir ayuda, buscar contactos, enviar mensajes, hacer llamadas.
Los días pasaban demasiado rápido para esa mamá que jamás hubiese
imaginado el deseo de su hija. Nunca había dado una señal de ese anhelo y a ella
tampoco se le ocurrió en todos esos años.
En la búsqueda tuvo que sortear obstáculos, insultos, menosprecio, pero
no le importó, siguió adelante con su propósito.
Cuando estaba a punto de darse por vencida porque se acercaba Nochebuena y no había logrado ningún resultado, llegó a pensar en pergeñar una farsa, pero jamás hubiese sido capaz de llevarla a cabo. El 23 se acostó con el corazón hecho hilachas, agotada y convencida de ver nuevamente la tristeza en el rostro de su hija al abrir los regalos. . .
. . . Sonaron las campanas de la catedral, se chocaron las copas y entre
abrazos y buenos deseos, casi pasa desapercibido el timbre llamando a la
puerta. La dueña de casa va a atender y lo encuentra parado allí, esperando,
con un regalo y un maravilloso ramo de flores. Se quedó sin palabras, sólo una
sonrisa, un “gracias” dicho con su alma alborotada y la indicación a que entre.
Lo acompañó hasta donde estaba la niña abriendo paquetes, nuevamente con
débiles lágrimas asomando en sus ojos ante otra Navidad en la que no se cumplía
su deseo.
“Es tu papá” le dijo.
AUTORA: Liliana
Ravasio
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
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