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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

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jueves, 17 de diciembre de 2020

"Mi postal de Navidad 2020" (por Rosario Buncuga) TALLER VIRTUAL 11


Se me ocurre que en la imaginación de todos los hombres aparece la imagen de una postal cuando pronunciamos  la palabra  Navidad. Y seguramente, en la mayoría de los casos  ella ilustra un arbolito  resplandeciente, un pesebre o a un Papá  Noel que con su trineo cargado de juguetes recorre el mundo mágicamente. Y generalmente así se la representa.

Pero cada uno de nosotros vamos generando nuestras propias postales de Navidad.  Es que mutan los contextos, las personas que se marcharon y dejaron vacíos sus lugares, los nuevos vínculos, las nuevas vidas  y todas las circunstancias que la vida va entretejiendo, a menudo sin pedir permiso.

Esto ocurre cada día, es que es el indetenible  curso del tiempo que  lo  provoca. Pero Navidad lo pone más de manifiesto. Será porque Navidad, como lo digo cada vez que escribo sobre ella,  es única. Es la gran aventura de la humanidad contemplada desde la fe practicante y profunda, desde la fe tibia que cree en un ser superior y aún desde la mirada de los agnósticos. Será que el poder del Niño Dios recién nacido llega  hasta los más incrédulos, sin que ellos lo adviertan, pero  suscitando buenos sentimientos y estrechando lazos, aunque estos parezcan ser la superficialidad de una mesa compartida. 

Mi postal de Navidad es un hermoso árbol que generosamente me supera en altura. Es el árbol soñado, un abeto californiano que se abre en ramas y más ramas y ramitas donde resplandecen los adornos dorados y las luces blancas y titilantes.

_  ¡Es hermoso tu arbolito! _ me  dicen a menudo…  Y  realmente despierta admiración. Pero  él no fue siempre mi postal, lo es desde hace algunos años y tuve la sensación, hasta hace poco, que llegó tarde a mi vida.

Mis primeras postales, las de la tierna infancia, la de las Navidades en el campo no sabían de arbolito  ni de Papá Noel. Aguardaba al niñito Dios que, aún entre lodazales y épocas  de extrema humildad  siempre se hacía presente. Luego la mesa larga, la de la familia numerosa que habían  formado los abuelos inmigrantes.

Más tarde, aún niña, apareció la imagen del árbol. Y este era sólo una rama robada a algún pino de la que pendían adornos caseros, generalmente papas envueltas en papeles de colores y donde no asomaban luces, pero que yo contemplaba feliz.

Recuerdo la alegría que me desbordó cuando mi mamá me compró el primer árbol en un legendario negocio del pueblo: el de Vilma Ratto.  Era pequeño y blanco. Se sumaron algunas   borlas de colores y luego las luces.

Con el pasar del tiempo, y luego  junto a mis hijos,  todas las  Navidades hemos armado arbolitos, poniendo siempre el mejor toque de creatividad, enderezándolos a veces sobre una maceta con arena, para suplir las deficiencias de equilibrio ante el peso de los años que exigían una renovación que no llegaba.

Pero yo siempre soñaba con el árbol gigantesco, el abeto de los cuentos y de las postales… La compra siempre se postergaba… Había demasiadas cosas que afrontar como para derivar recursos en un nuevo y gigante árbol. Era superfluo.  El árbol soñado seguía latiendo en mis sueños de mujer madura, ya casi como una quimera inalcanzable.

Hace cuatro  años, en diciembre de 2016 viajamos con mi esposo a Santiago de Chile.  Por esas cosas que tienen las economías de nuestros países todo era apetitosamente más barato. Y allí en el centro de Santiago… ¡Compramos el árbol! ¡Y las luces ¡ ¡Y los adornos dorados!

Esa Navidad el árbol estrenó su presencia y resplandeció como nunca volvió a hacerlo.  Mi esposo se reponía de una  grave enfermedad y  disfrutamos posando junto a él.

Al año siguiente su silla ya estaba vacía, de la misma manera que ya las habían dejado antes otros tantos seres queridos … Y el árbol se volvió a armar porque creí que así lo quería  él,  que participó de mi ilusión al comprarlo. Y así también se hizo en los años sucesivos.

Sinceramente, este año la Navidad no me sorprendió con deseos y energías como  para bajar las enormes cajas, armar el rompecabezas de sus tramos, estirar una a una sus numerosas ramitas y llenarlas luego de adornos y luces.

Pero junto al dolor y al cansancio del paso del tiempo una nueva vida llegó a la familia. Entre tanta cosa mala el 2020 me regaló algo hermoso: una nieta. Y ella amerita su primera foto navideña junto al árbol.

Y allí está en el living de casa, alto…  majestuoso… resplandeciente… rebosante de dorado pero con un corazón rojo entre las ramas que simboliza el recuerdo y el amor que la muerte  no  puede robarse…

Si…allí está… con mi esfuerzo de dos días …. Y desde allí generará una nueva postal de Navidad, mi postal 2020 que será  mi imagen junto al árbol del corazón rojo, pero con una beba en brazos.

Aún así llevo en mi corazón todas las postales que imprimió la vida. Ellas no brillaron con un gran árbol pero dejaron mucho en mi corazón. Doy vueltas las hojas del álbum de los recuerdos y aparece  la humildad del rancho del  campo, la del árbol con una rama natural robada, la del arbolito blanco, la de los otros árboles, la de los abuelos, la de mis  padres, la de una Nochebuena  donde se abrieron las puertas de terapia para besar a mi papá en su última Navidad,  la de los tíos y primos, la de mi compañero de vida, la de mis hijos niños…

Creí que llegaste tarde árbol de mis sueños… pero en este Adviento descubrí que aún hay tiempo… ¡Tiempo para imprimir en colores brillantes una nueva postal de Navidad 2020!

AUTORA: Rosario Buncuga

Peyrano (Santa Fe – Argentina)

TALLER VIRTUAL 11

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