Desde el hueco inconmensurable donde habitan las horas
idas, afloran como campanitas de cristal, nítidos recuerdos de lejanas
Navidades.
Aquella vez, fue desde la dulce ilusión de los pocos años y las
carencias que regían la humildad del hogar, cuando Analía, con sus ocurrencias
y la complicidad de sus hermanitos, decidieron armar un árbol de Navidad.
Mientras la mamá hacía la siesta, bajo un sol ardiente,
atravesaron el baldío cubierto de yuyales mustios, y tras cruzar la alambrada
que los separaba de la estancia, con el entusiasmo propio de la niñez,
comenzó a gestarse la idea largamente acariciada.
En el centro de ese reino vegetal que a menudo frecuentaban, se erguía
un alto y añejo pino, simulando ser el Rey entre todos los verdes.
Deseos e ingenio no faltaron y así, entre todos cortaron una rama
baja, destinada a convertirse en el árbol soñado.
“El árbol de Analía” lo llamaron puesto que, fue ella quien
lideró al grupo en tan grata tarea.
De vuelta a la casa, instalados bajo la frondosa sombra del fresno,
enterraron la rama en un tarro relleno con barro. Después, Analía buscó en un
lugar secreto la cajita con papeles coloridos y brillantes, extraídos de los
envases vacíos de cigarrillos, que iba atesorando para tal fin.
Con ellos formaron bolitas y círculos. Trabajaron afanosamente cual
pacientes artesanos y una vez terminada su labor-los obreritos de sueños- lo
ubicaron en un rincón de la galería para que mamá al levantarse, se encontrara
con la sorpresa.
Al llegar la noche, inmersos en la algarabía reinante, la niña,
vestida de rosa, giraba en el patio agitando su pollera con
voladitos y mirando al cielo, le pidió a las estrellas que
custodien a su árbol, realizado con tanto amor.
La efímera vida de la rama -símbolo de Navidad- parecía sonreír
convertida en el inolvidable…
“Árbol de Analía”.
AUTORA: Margarita Filiputti
Armstrong (Santa
Fe- Argentina)
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