Nunca
tuve claro por qué razón mi padre nos enviaba a clases de piano; éramos apenas
unos niños de manos torpes y aprender a leer solfeo, pentagramas y partituras
era un verdadero suplicio si aún no asistíamos a la Escuela primaria.
Ella,
la Señorita Elba, nos recibía en la
mampara de la señorial casa, enorme, más que aprender a tocar el piano me
gustaba recorrer los pasillos mientras esperaba mi turno de sentarme en el taburete
con la espalda muy derecha, entonces miraba el piso de madera que brillaba sin
una basura; me gustaba mirar a la señorita Elba con sus guantes que hacían
juego con sus vestidos, su cintura y ese olor a perfume Francés, sus labios
rojos; me gustaba ese silencio que imponía y el coro de niños repitiendo la
notas DO-RE-MI-FA-SOL-LA-SI, creo que fue lo único que aprendí en las clases
pagadas. Papá el día jueves nos mandaba
a bañarnos, lavarnos una y otra vez las manos, cortar y escobillar las uñas,
nos vestíamos lo más formal posible y bien peinados caminábamos los tres hermanos
a clases. Pensaría mi Padre tener al menos un hijo concertista y comenzó por
querer cambiar el color de nuestra piel, tal vez en nuestra humilde casa
sonarían mejor las teclas de un piano que el chicharreo continuo de la radio
onda corta que cambiaba su frecuencia. Seguro que conversando con los
tripulantes de los barcos extranjeros (su oficio era estiba, desestiba de
barcos metaleros en la Bahía de Chañaral) ellos le contaban en qué ocupaban el
tiempo libre sus hijos, golf, piano o Rugby, en cambio nosotros jugábamos en la
tierra con trompos, bolitas; sucios y descalzos reíamos. Mi Madre, como siempre,
no opinaba. La primera clase con la Señorita Elba fue contarnos la historia del
piano, mecanismo y función de los pedales armónicos, pedal de acorde, nos
mostraba el pentagrama, una hoja en blanco con cinco rayas para escribir las
notas musicales, tiempo y pausa.
Creo
que solfeo era leer las partituras. Escala mayor de DO, MI bemol DO sostenido. Redonda
4 pulsos, banca dos pulsos, negra un pulso, corchea ½ punto, semicorchea ¼
punto, fusa y semifusa, notas musicales, ondas sonoras, negras y blancas. Sentados por turnos en la banqueta o
banquillo, derecha la columna vertebral, nos pedía, temerosos tocábamos una
nota musical, sonaba horrible, de inmediato la batuta castigaba nuestras manos,
¡solo los dedos!, ¡solo los dedos!, gritaba la Señorita Elba fuera de control. Ayer
mientras esperaba mi turno fui más audaz y llegué hasta el jardín, rodeadas de
una reja pintada de blanco estaban las flores de muchos colores trepando por
los árboles, a un grito de ella corrí a sentarme. Como todo era de memoria,
porque no sabíamos leer ni escribir, decidimos ir a practicar al Hotel Grenett,
ahí tenían un piano y el pianista que amenizaba las cenas de los clientes
adinerados, con mucha paciencia nos ayudaba a mover las manos, para soltarlos
con ejercicios antes de comenzar a tocar las teclas, a mantener la cabeza
arriba, a escuchar atentos cómo suena cada una; algo que no nos enseñaba la Profesora.
Cuando terminaron las clases y por qué nunca lo supe, tal vez se terminó el dinero,
mi padre se daría cuenta que cada quien debe vivir su propia realidad y que
nunca jamás habría ni cabría un piano en nuestra casa, o fue porque llegábamos
llorando con las manos rojas o simplemente como dice el dicho “no teníamos dedos
para el piano”.
Nosotros seguimos siendo niños, luchando en la tierra o jugando a pata pela un partido de futbol, ahí éramos felices.
AUTORA: Hilda Olivares Michea.
Chañaral (Chile)
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