En una isla sombría,
muy alejada en el mapa,
vive un pirata frustrado
al que apodan Malapata,
como el del famoso libro,
el que siempre fracasaba.
Desde chico él lo sabía,
siempre quiso ser pirata
y se compró un buen disfraz
en una tienda adecuada:
con botas de mosquetero,
pantalones de marino
y una casaca muy larga,
sombrero con calavera,
de esos con ala bien ancha,
y un fajín en la cintura
para enganchar una espada.
Aunque no era un pirata tuerto,
se puso un parche en el ojo,
y dejó crecer su barba.
Necesitaba un buen loro,
encontró uno en la plaza,
y en unos escasos días
le enseñó un par de palabras.
Y se miró en el espejo,
vio que algo le faltaba:
pata de palo y un garfio,
para ser un buen pirata,
mas él nunca había luchado,
ni en combates ni en batallas,
y tenía sus dos manos,
sus piernas estaban sanas.
Con su atuendo preparado,
se aventuró en un galeón,
y en internet buscó un mapa,
viviría en una isla
en el medio de la nada,
allí guardaría el oro,
sedas, monedas y alhajas.
Mas nunca logró el marino
perpetrar una emboscada,
ni robar en altamar,
ni secuestrar soberanas,
porque en sus venas no corre
sangre negra de pirata.
Entonces, lo decidió:
ancló en la costa su barca,
puso en la web un anuncio
de turismo en las portadas,
que incluye un tesoro oculto
para buscar con un plano
en la isla abandonada.
Y así transita sus días
el Pirata Malapata,
con su disfraz impecable,
su periquito que habla,
y sus amigos turistas
que le hacen compañía
en los fines de semana.
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