Comenzaron
a llegar las invitaciones para la celebración muy especial, “de etiqueta y
antifaz” dictaba el mensaje. Seguro será una noche de sorpresas.
El lugar era
una vieja casona, poblada de mil leyendas, recuerdos, que ahora estaba siendo
acondicionada para el evento.
En un rincón de la sala, un arcón de madera
negra, lucía un gran candado de hierro forjado con su llave larga, fina,
rematada con un hermoso corazón labrado que, junto con la alfombra roja serían los únicos
elementos que le darían al lugar un toque de autoridad.
El
salón estaba iluminado con velas, estas reflejaban su luz en los cuadros que, colocados
en paredes enfrentadas, dialogaban entre sí.
Tan inusual
decorado le daba al lugar un toque un poco mágico.
*
Comenzaron
a llegar los invitados con antifaces emplumados, ellas completaban su atuendo
con insólitos abanicos. Los mozos, vestidos de negro, caminaban veloces por la
sala como de retazos de viudos, cargando bandejas con bellas copas de
burbujeante champan. Llegado el último invitado, la puerta se cerró.
Un tenue teclado
comenzó a sonar; parecía que emanaba de las sólidas paredes, una sensación de
placidez inundó el lugar y dio paso a una alegría quieta. La bella alfombra engullía
el sonido de los tacones; ya no importaba el motivo de la celebración, brindis,
saludos, tenues risas, era el día del reencuentro.
Decidí al
atravesar la sala, tenía curiosidad por ese enorme arcón. Me paré
frente a él, lo roce
con la yema de los dedos, recorrí sus tallados hasta que tropecé con el candado,
de curioso quité la llave. Me senté en el lugar más oscuro del salón, la llave
en mi puño, desde allí tenía el privilegio de ver el mundo que me rodeaba.
Las sombras
hacían posible que viera la luz de las velas en su opaca intensidad. Mi mente comenzó
a entorpecerse, me paré, cuando quise cruzar el camino de la bruma, en el
trayecto me convertí en un fantasma que iba de lado a lado la sala sin ser
visto. Pero no solo había música, comencé a escuchar los colores de la noche, el
golpe de una ola en el rompiente, el graznido de gaviotas chillando libres.
Mis ojos
rodaban como monedas de un lugar a otro, no entendiendo bien qué sucedía,
espadas batientes en cruentas batallas, la paz del soldado de regreso a casa,
el amor aferrado a la sinrazón.
_De todo
laberinto se sale –me decía- me sentía simplemente un explorador, en busca de
respuestas, sin destino cierto.
Me acerqué
al arcón, regresaría la llave a su lugar y huiría de allí. Introduje la llave en
el candado y la giré. Dentro de él había un mundo lejano, donde para mi
asombro, convivían, la música, el verso, D´Arezzo, escalas, pentagramas, claves
de sol, junto con Cervantes, papiros, Víctor Hugo, todos pugnando por salir a
festejar. Algunos hablaban un idioma que no entendía, me relataban historias sin
palabras, que podía escuchar. Yo quería ver el sol, pero estaba entreverado con
la noche, quería subir al árbol, pero no tenía ramas, era un gigante asustando
a los niños, no sabía si estaba llorando o si llovía.
De pronto
todo ruido cesó, se apagaron las flamas de las velas, todos de pie sobre la alfombra
roja semejante a la nave de una iglesia y aquel arcón que había surcado siete
mares, quedamos expectantes, en suspenso.
De la nada
una delicada dama de antifaz nacarado, nos dio la bienvenida vestida de hojas
de “washi”, festoneado con nubes de tul, abotonado con fragmentos de poesía,
comenzó a cantar.
Su dulce
voz, acompañada por los acordes del teclado, semejaban aquella sirena que al
igual que a Ulises, nos quería arrastrar a sus confines; del arcón, las claves
y las escalas volaban por los aires y se posaban en el atril del viejo piano,
que sostenía entre sostenidos y bemoles la delicada copa, con la cual quizás un
siglo atrás ella habría brindado. Me di vuelta para ver el silencio, pero no
había nadie, ella también se había ido.
Desconcertado,
cómo Diógenes con su lámpara encendida buscando un hombre honesto en la
claridad, quité la rosa roja del ojal de mi chaqueta y como gracia a tanto, la
deje junto a la copa. Y me fui.
La
claridad y frescura del amanecer, me recordaron que cuando introduje la llave
en el candado, me fui a otros tiempos, habitado por almas viejas, encantadas, todo
les pertenecía, las puertas, el arcón, las persianas, sus sueños seculares, éramos
hijos de otros tiempos.
Iré por otra rosa roja, para esta noche.
AUTORA: Brenda Alzamendi
Montevideo (Uruguay)
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