Yo iba por una calzada de la ciudad infantil. Apreciaba los locales comerciales, yendo distraído. Estos se encontraban solitarios. No había patrones ni visitantes en sus adentros de extravagancia. Obvio, yo me extrañé ante esta novedad. Eran casi las tres de la tarde, sólo había un que otro paseante, caminando extraviado por las afueras.
Luego el cielo fue tornándose grisáceo. El ambiente se suspiraba frío y denso. Pronto, una llovizna navegó por los aires, cayendo suavemente sobre los árboles y regándose en el asfalto. Las gotas resaltaban plateadas. En cuanto a mí, volví a estar abstraído, pensaba en las fantasías de un pintor mágico. De libertad como vagaba por la calle, figuraba a solas las obras del artista a medida que las nubes comenzaron a tronar. Por cierto, yo iba rumbo al museo de arte, sin prestar cuidado a las esperanzas.
Sin embargo, cuando el rocío se convirtió en tempestad, tuve que refugiarme debajo de una cafetería con marquesina. Allí estuve entre el frío. Según lo sucesivo, vi que las gotas comenzaron a desvanecer las baldosas y el concreto y el metal. Eso los estallidos eran rítmicos. Daban sensación de regeneración. Ante tal sorpresa, quedé asombrado por lo que presenciaba. Parecía haberse desestabilizado la normalidad de los tiempos. El agua nos inundaba hasta las rodillas. Lo urbano, se quebró de súbito. Los pocos transeúntes, dejaron de correr, ellos se paralizaron en su espacio. Y unos conductores de automóviles armaron un trancón el berraco, todos se bloquearon por completo.
Ya sobre mi posición, sólo vi y escuché el salpicar lluvioso. Era como lacrimoso hacia lo armónico. El ruido sonaba como una sonata de piano. Aquel presente lo experimentaba en paz. Su líquido humedecía ya el barro fértil, creaba la bruma, que parecía emerger desde el fondo del mundo.
Minutos después, la ciela empezó a espejarse, sus nieblas se separaron para expandir los azules. De fraternidad con otras efusiones, fueron cayendo muchas semillas de flores, que provenían del infinito. Hacia lo fugaz, ellas reverberaron cuando tocaron tierra. En lo exuberante, engendraron un jardín por entre los edificios y las calles, labraron un paraíso colorido y perfumado.
Al cabo de esta creación, volví en mí, reanudé el destino por entre las otras personas sorprendidas. Más pronto que tarde, llegué al museo de arte y cuando ingresé a la galería, vislumbré una pintura igual a la de esta realidad.
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