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(poesía y narrativa)
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viernes, 17 de julio de 2020

"Destiny's Island" (por Yanet Helena Henao Lopera) TALLER VIRTUAL 6


…para acrecentar la prosperidad de ese sobrenatural soberano que reina sobre todos nosotros, cuyos dominios son ilimitados, y cuyo nombre es «Muerte». (Allan Poe, Edgar, El Rey Peste).

 

De todo se había imaginado el joven Bastián, menos que le tocaría ser protagonista de una aventura parecida a las tantas que Fabricio, su amigo y mentor, le contaba en las largas noches de vigilia que ambos compartían, cuando prestaban guardia en el campamento. Todo sucedió tan rápido que la memoria apenas se entrenaba en los recuerdos. 

Enrolarse en el Kingstep fue una medida desesperada. El tedio, la ambición de un plato de comida y un lugar en dónde dormir, fueron suficientes argumentos para aceptar convertirse en filibusteros. Jamás pensaron que aquel viaje sería el primer paso (o el último) hacia ese destino por el cual, la mayoría de los hombres de su condición, se juega el pellejo, creyéndolo inexorable: encontrar el cofre de Davey Jones.

La tormenta fue brutal. El Kingstep, su capitán, Fabricio y toda la tripulación, desaparecieron bajo el enfurecido oleaje; solo Bastián logró alcanzar las playas de aquella isla, por la protección de no se sabe qué dios y la suerte de haberse alejado en uno de los botes, antes de que la fuerza de succión se lo tragara. En la playa, empujados por la marea, varios cajones de madera yacían medio enterrados, como un tesoro indeciso. Bastián entendió las señales y supo que, a partir de ese momento, el destino lo encaraba y que no tenía otro camino que asumirlo, al igual que su soledad.

Con la brújula que Fabricio le había regalado el año anterior (por su cumpleaños número quince) y un poco de provisiones, halladas en una de las cajas, Bastián se adentró en la isla con la intención de elaborar un mapa y confrontarlo con los recuerdos de anteriores viajes y las historias de su amigo. 

Comenzó la exploración a primera hora, cuando el sol aún no adquiría su curvatura luminosa, y era apenas una raya anaranjada en el horizonte. La frescura de la brisa le recordó las manos de su madre, cuando lo despertaba en las mañanas “arriba, dormilón o no quedará pan para ti” decía ella, muy segura de que la amenaza sería suficiente para hacerlo saltar de la cama. No había pasado tanto tiempo… ¡aún dolía demasiado! 

Un sonido de agua, diferente al de las olas, obligó a Bastián a acelerar el paso. Se encontró con un estuario. El río, intentando penetrar en el mar; las olas, devolviéndolo con fuerza; era como un abrazo estrepitoso, precedido por una pugna justiciera donde los vencedores nadaban sobre el verde pasto marino o descansaban entre la maraña de manglares. ¡Hermoso espectáculo! —pensó Bastián—. Por el ángulo del sol, el joven calculó que serían como las nueve de la mañana. Se adentró entonces en la isla, con la idea de vadear el río, donde la corriente estuviera más tranquila. Pronto avistó un pequeño macizo de colinas y, previendo una fatigosa jornada de ascenso, decidió que era mejor descansar, hasta que el sol descendiera. Se tendió bajo la sombra de un árbol, bebió un poco de agua y se dejó vencer por el sueño. Cuando abrió los ojos, en derredor suyo, un grupo de aves, parecidas a las cigüeñas, tenían ¿una conversación?: ordenadamente, sin interrumpirse, emitían un sonido parecido al de las castañuelas. Bastián estaba atrapado por un montón de lianas, anudadas a manera de nido, que le dificultaban el movimiento. Sintiéndose como un gusano, a merced de sus captoras, fingió dormir hasta que el sol se hundiera en el horizonte. Aprovecharía la noche para zafarse. ¡Idiotas cigüeñas! ¡No saben que llevo un cuchillo amarrado al cinturón! —pensó divertido.

En medio de la oscuridad, pero con un cielo inundado de destellos, Bastián devolvió sus pasos, siguiendo el sonido del río. Una vez alcanzó el estuario, decidió regresar al punto de partida y retomar la exploración por el otro lado de la isla. Recordó haber visto, en uno de los cajones, varios rollos con mapas. Pensó que, a lo mejor, uno de ellos podría ser el de aquella isla y le sería fácil comparar los trazos; además, la referencia del estuario sería definitiva. 

En efecto, su intuición no lo engañó: se hallaba en Destiny’s Island donde, según la leyenda, Red Demon —el sanguinario pirata—, enterró el cajón de Davey Jones, después de haberlo rescatado del foso del Kraken.

—¡Puras tonterías! —exclamó Bastián— ¡Embustes… meros embustes! 

El tan tantán de unos tambores lo sacaron de su monólogo. Levantó la vista y vio varios anillos de humo elevándose al cielo. Provenían de lado oeste de la isla donde, según el mapa, quedaba la costa de los caníbales...

 

AUTORA: Yanet Helena Henao Lopera

Medellín (Colombia)

TALLER VIRTUAL 6

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