Ornella era una
joven muchacha que tenía dos disímiles pretendientes para el noviazgo. Uno era
Alejo, estudiante y futuro profesional, de buen pasar económico. El otro era Yael,
hijo del verdulero del barrio, con una posición social contrapuesta a la de su
rival y bastante haragán a la hora de ayudar a su padre en el negocio. A la
joven le costaba decidirse. Su familia y amistades le recomendaban a Ale, con
quien tendría un promisorio porvenir, pero a quien consideraba algo aburrido. No
obstante, ella amaba a Yael, quien era simpático y le prometía “una vida plena
de aventuras”.
Así, la joven dejó
de subir a los coches de alta gama en los cuales Alejo la invitaba a pasear y
comenzó a hacerlo en el viejo Ford Falcon del padre de Yael, ya como novia del
pretendiente más modesto.
Una tarde sabatina,
Yael le pidió prestado el coche a su progenitor, aduciendo que quería dar un
paseo con Ornella. El padre accedió, pero con el compromiso de que lo debía
cuidar, ya que era el único vehículo de la familia. Yael prometió hacerlo.
El joven invitó a su
novia a tomar un helado primero, y después comenzó a recorrer la periferia de
la ciudad hasta tomar una vieja y poco transitada ruta. “¿A dónde me llevas?”
preguntó Ornella. “A conocer el mundo pleno de aventuras que te prometí”,
respondió él.
Del asfalto bajaron
quinientos metros por un camino de tierra y llegaron a un bosquecillo perdido
en medio del campo y bañado por una pequeña cañada. “Aquí puedes respirar la
brisa silvestre y oír los trinos de los habitantes del lugar”. “¡Qué bonito! No
conocía este sitio”, dijo ella. Él retrucó: “Lo bueno es que los lugareños no
hablan. Nadie se enterará que estamos aquí, ni de lo que hagamos”.
Ornella sonrió
pícaramente y se dejó llevar por Yael. Los canoros pájaros del bosque fueron
testigos de la “primera vez” de la parejita, cobijados por la suave hierba que
ofició de camastro, a orillas de aquella cañada.
Al caer la tarde
decidieron emprender el regreso. Al ataviarse, Ornella notó que el bollo que
había hecho con su ropa interior había caído al agua y flotado varios metros.
Difícil era alcanzarlo. Yael minimizó la situación. Le quedaba el vestido para
cubrirse. La joven pensó en lo que dirían sus recatados padres si la vieran
llegar sin bombacha ni corpiño y él la tranquilizó. “Nadie te verá desnuda, mi
amor. Solo yo tengo ese privilegio”. Pero estaba muy equivocado…
Para el infortunio
de los tortolitos, el coche no arrancó. Yael abrió el capó para ver si
encontraba cuál era el inconveniente, pero sus escasos conocimientos de
mecánica no le dieron respuesta. Subió al coche para tratar de darle arranque
de nuevo y nada. Ella comenzó a ponerse nerviosa al ver, por el parabrisas, que
la penumbra comenzaba a apoderarse del paisaje, tornándolo más tenebroso. No quería
pedir auxilio por teléfono para no delatarse, pero ya no le quedaba opción al
ver que Yael intentaba en vano encender aquel motor. Tampoco podían empujarlo
pues el camino era cuesta arriba desde el bosque hacia la ruta.
De pronto, dos
camionetas arribaron a orillas de la cañada. Los jóvenes se alegraron al ver a
sus posibles salvadores, pero se asustaron al ver que descendían con revólveres
en la cintura. Y más aún cuando vieron que bajaban dos grandes bolsas negras.
Se acurrucaron como pudieron contra el piso del Falcon, aprovechando sus
diminutos cuerpos, y escucharon:
- Jefe… ¿Qué hacemos
con los “fiambres”? ¿Los tiramos al agua o los enterramos?
- ¿Para qué crees
que trajimos estas gruesas cadenas, idiota. Los envuelven y el peso del hierro
hará su parte.
El cañadón es
bastante profundo en este tramo.
Ornella, temblando
de miedo, alcanzó a susurrarle a Yael: “¡Imbécil! ¡Me trajiste a un “cementerio
mafioso”!
De pronto alguien
dijo: “Jefe… ¿Vio ese auto, medio tapado por la maleza?” La sangre de los
noviecitos se heló, pero suspiraron aliviados al oír: “Seguro que a ese
cachivache viejo lo desguazaron y abandonaron acá.
No le den
importancia y hagan su trabajo”. Y más aún se calmaron al presentir que se
marcharían luego de la macabra tarea. Pero todo cambió de repente...
Uno de los
delincuentes le reclamó al líder que no estaba conforme con su “tajada” y
desató un enfrentamiento armado. Las balas impactaron en algunos cuerpos, pero
también en los vidrios y carrocería del coche. Ornella y Yael vivían una
película de gangster, pero como pasmados protagonistas. Cuando escucharon a los
vehículos alejarse, se levantaron entre los vidrios que los habían lastimado
levemente y vieron un tendal de cadáveres ensangrentados en las cercanías. Las
lesiones propias eran una nimiedad ante la horrible situación. Por ello
decidieron abandonar el tiroteado Falcon y marcharse de a pie del ya brumoso lugar.
Pero el destino no los dejaba en paz...
Uno de los
malvivientes se levantó tambaleante y, al verlos, se dirigió hacia dónde
estaban. Mientras con una mano empuñaba su revólver y con la otra cubría su
herida de bala, exclamó: “¡Dame tu vestido, pendeja, que necesito vendarme!”
Yael quiso interponerse y el villano lo apuntó. Ornella hizo deponer a su novio
de su riesgosa actitud y accedió, nerviosa, a quitarse la prenda y fajar el
tórax del malhechor. El miedo ya superaba al pudor. Éste le palmeó la
desarropada cola y exclamó: “Gracias, bombón”. Ornella agradeció que el villano
estuviese malherido y ávido por huir del lugar. Sólo le faltaba ser violada a
punta de pistola.
Bajo amenazas, el
delincuente les sustrajo los celulares y subió al coche. Intentó darle marcha
sin éxito. Miró el tablero y exclamó: “¡No tiene nafta esta batata!” Luego
abrió el baúl y se alegró al ver un bidón de cinco litros de ese combustible.
Ornella, indignada y en cueros, recriminó a Yaél: “¡Estúpido! ¡Ya no estaríamos
acá si te hubieras dado cuenta que el Falcon tenía el tanque seco y que había
un bidón lleno atrás? ¡Tendría
que haberle dado
bola a Alejo!”
El muchacho,
apesadumbrado, pensaba en el noviazgo frustrado y en las condiciones en que le
devolvería el vehículo a su padre, sin más seguro que contra terceros. Ni
hablar cuando el maltrecho bandido quiso salir en reversa y estampó el coche
contra un árbol, ante su atónita mirada.
Ornella trató de
aprovechar la situación para huir aunque solo la luna, que empezaba a asomar
entre la arboleda, alumbraba el sendero. Yael corrió tras ella, se quitó la
remera y se la ofreció para cubrirse parcialmente. La novia, ofuscada, solo
atinó a responder: “¿Sabes lo que puedes hacer con tu remera?
¡Enrollarla y… De
pronto oyeron el ulular de sirenas aproximarse. Alertados por un campesino que
vivía en las cercanías y escuchó la balacera que provenía del bosque, dos
móviles policiales y una ambulancia llegaron al lugar. Los novios pensaron que
la pesadilla acababa. Pero seguían muy equivocados…
El bandido, al verse
rodeado, se abalanzó sobre Ornella. La abrazó por atrás y apoyó su revolver en
la sien derecha de la muchacha. “¡Bajen las armas o la quemo!” se oyó. Ornella,
completamente desnuda frente a un montón de gente, manoseada por un desconocido
y con una pistola en su cabeza, solo deseaba que se activara el gatillo para
acabar con esa pesadilla. Encima vio como Darío, el notero amarillista de la
ciudad (que había seguido a los móviles), transmitía en vivo la escena desde su
celular.
“¡Denme un auto para
escapar o le vuelo los sesos! dijo el caco mientras se dirigía a uno de los
patrulleros con su rehén. Yael quiso interponerse y recibió por respuesta un
balazo que impactó en su clavícula izquierda. Los novios cayeron al piso… Yael
herido y Ornella desvanecida. No obstante, se produjo la huida con la cautiva
arrastrada por su captor hasta el coche policial que secuestró para escapar con
ella.
Pero el ya afiebrado
estado del malviviente hizo que el automóvil perdiera el control y cayera en un
zanjón antes de llegar a la ruta. El bandido pereció en el vuelco y Ornella fue
rescatada con múltiples lesiones pero viva, al igual que su baleado novio.
Al recobrar el
conocimiento, ambos estaban en la misma habitación de una clínica de la ciudad.
Se alegraron mutuamente al verse con vida y recuperándose del mal trance y
tendieron sus manos más próximas, aferrándolas.
Cuando un agente
empezó a tomarles declaración, Yael debió explicar qué hacían en aquel sitio
cuando se desató tan tremendo embrollo… “Le prometí a Ornella una vida plena de
aventuras y, aquella tarde en el bosque, comencé a cumplir mi juramento”.
N. del A: Al finalizar
este cuento, Yael deberá trabajar de sol a sol en la verdulería de su padre,
para pagar la reparación del viejo Falcon. Al mismo tiempo, Ornella deberá
explicar a su avergonzada familia porqué apareció en todas las pantallas de Internet
como Dios la trajo al mundo, mientras sus prendas íntimas hacían “patito” en la
cañada.
AUTOR: Jorge Emilio Bossa -
San Francisco (Córdoba - Argentina)
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