Se encontró, de pronto, en
medio del bosque. Su auto había quedado encajado por el barro y lo había
atrapado la noche intentando salir sin éxito. Había buscado un atajo hacia la
derecha del sendero y luego de andar por un tiempo que no podría determinar,
llegó hasta allí. Volver al coche no tenía sentido; por largo tiempo no había
visto pasar a nadie que pudiera auxiliarlo. Sus zapatillas ya estaban mojadas
de tanto andar y el charco que tenía ahora por delante delataba profundidad. Se
detuvo unos instantes a observar el espejo perfecto de la arboleda reflejada en
el agua quieta; la luna llena permitía semejante espectáculo, creando un
daguerrotipo en blanco y negro. Se tomó unos segundos para tomarle una
fotografía con su celular, que aún tenía batería; sin embargo, desde allí no
podía llamar por ayuda, entonces, envió la foto con un mensaje a su esposa, por
si en algún momento tomaba la señal. Bordeó la poza, como para poder seguir, y
se sumergió en la densa niebla que descansaba entre los árboles como si fuera
parte permanente de ese paisaje. Había llovido bastante y las hojas que
alfombraban el terreno formaban un colchón mullido y amenazante que escondía
quizás alguna trampa. El frío se iba apoderando de sus huesos y de sus pies
húmedos; no tenía suficiente abrigo, lo sabía. Desde las altas ramas, algún
pájaro que él no podía ver lo acompañaba con su gorjeo, haciendo más ominosa la
noche; sin embargo, una extraña paz lo invadió de pronto, y por unos instantes,
sintió deseos de quedarse allí. Pero continuó caminando cuidadosamente,
tanteando cada centímetro y buscando algún claro de luz que lo condujera hacia
algún punto. Según sus cálculos, debía llegar del otro lado del bosque, para
poder alcanzar la carretera asfaltada que lo llevara al pueblo, donde pediría
ayuda para recoger su coche en la mañana.
Ya era de día. El lugareño
a caballo se sorprendió al ver el auto atascado en el lodo. Se acercó lo más
que pudo y observó que no había nadie adentro del vehículo. Pero algo llamó su
atención: un móvil caído a un costado; se apeó y lo tomó. Al encenderlo, pudo ver una foto de un bosque
lleno de niebla y un espejo de agua, con un mensaje que decía: “Helena, estoy
en este lugar”, con fecha de ese día, unas horas antes. Lo más extraño era que
no existía ningún bosque en varios kilómetros a la redonda, y de la orilla del
charco asomaba un cuerpo tendido sobre la hojarasca.
AUTORA: Beatriz Chiabrera de Marchisone (Autora del blog)- Clucellas (Santa Fe- Argentina)
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