Jugábamos
con María a ser novios. Éramos tan jóvenes.
Nos gustaba pasear por las plazas tomados de
la mano, pero ese día nos animamos a más.
Con mi moto (estrenaba carnet) nos
aventuramos por la ruta que pasa al costado del pueblo.
A pocos kilómetros había un bosquecillo que
atrapó nuestra atención.
Descendimos del rodado y caminamos a su
encuentro.
¡Cuánta magia ¡ Los troncos enhiestos
sostenían las verdes cabelleras. El suelo encharcado, fruto de una lluvia
reciente, le daba un toque de misterio al lugar.
Casi sin querer nos adentramos en él, y
nuestros pies caracoleaban para encontrar el sendero que nos llevaría a
descubrir… ¡No sabíamos qué!
Sin soltarnos de las manos seguíamos
avanzando entre risas y arrumacos.
Cuando nos dimos cuenta empezaba a
oscurecer. Habíamos caminado mucho.
Resolvimos
volver, y en ese momento vimos que un relámpago cruzó el cielo y el trueno nos
erizó la piel.
Estábamos lejos de la ruta, así que apuramos
el paso, pero un obstáculo en el camino
hizo tropezar a María y caer de bruces. La ayudé a levantarse; entonces lo vi y
se me heló la sangre.
Los ojos parecían dos bolas de fuego. Corríamos con su aliento pegado a la espalda.
Cuando cruzamos el alambrado recién me di
vuelta. Él se volvía con la cola entre las patas.
En la quietud de mi vejez a veces pienso, si
esa noche fue real, o sólo desvaríos de adolescentes
AUTORA: Olga Catalina Schmidt - Rafaela (Santa Fe- Argentina)
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