Era la noche. La
noche precisa. Ignoraba por qué y se encaminó hacia el bosque. Las habladurías
proliferaban pero no conocía a nadie, dentro o fuera del pueblo, que hubiese
accedido a esa maraña arbórea habitada, según la leyenda, por fantásticas criaturas.
Esa noche Juan creyó que el don que lo agraciaba le permitiría, finalmente, contactarse
con seres vedados a la gente común.
Ya en el bosque una
desconocida serenidad lo invadió. Era arduo abrirse paso en ese medio arisco y
sombrío pero que, una vez acometido, morigeraba su agresividad.
Atravesó cuestas y
depresiones y, en su avance, el entorno se volvía más amigable; hasta el
intimidante silencio parecía menos hostil. Avanzó sin noción del tiempo que, por
lo demás, no contaba. No sentía presiones ni hostigamientos;..
Y, de súbito, en un
clavero del bosque, como emergiendo de la nada, se recortó una peculiar
construcción. Sorprendido, hacia ella enfiló, al tiempo que lo flanqueaban extrañas
formas voladoras: algunas cuadradas, otras cónicas o romboides o de formato
imposible de encasillar. Se aproximó a lo que semejaba un templo, y no sin inquietud,
se detuvo expectante sobre su único escalón. Enseguida fue rodeado por las
formas, ahora más numerosas quienes, para su sorpresa, le dieron la bienvenida.
Y entre Juan y esos
seres se entabló, durante semanas o meses o más, un diálogo sin palabras.
Aprendió entonces a descifrar el lenguaje de las aves, descubrió la fuerza transformadora
de la ciencia, la importancia del agua, la magnitud de la agresión a los ecosistemas,
la ferocidad de las epidemias y de las pandemias, la vitalidad de la filosofía,
la falta de escrúpulos de la política, la inequitativa distribución de la
riqueza, la voracidad de los mercados, los matices infinitos del color y la
música. Obtuvo respuestas para casi todo y el casi refería al amor, la soledad,
la injusticia, la amistad que suscitaron un hondo silencio. No podría decirse
que Juan quedó con las manos vacías pero sí con el corazón; como siempre.
Supuso que si criaturas superiores no respondían, las preguntas fueron mal
formuladas o no tenían sentido. Estaba triste, eran las respuestas más
esperadas. Emprendió el regreso. Dejó atrás el bosque y antes de entrar al
pueblo miró por encima del hombro para decirle adiós con la mirada, pero ya no
estaba.
AUTOR: Jorge Flaster- Argentina
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