En un verano de 1986
viajamos a Esquel. Parecía nuestra luna de miel aunque ya hacía varios años de
nuestra boda, pero el hecho de viajar solos nos producía esa sensación. Recorrimos
con entusiasmo todos bellos lugares, al llegar a este bosque el contingente del
tour decidió tomarse un recreo, tomábamos fotos, alguien, quizás una audaz estudiante
de astrología nos dijo que la energía de los árboles purificaba nuestros
cuerpos, allí corrimos todos a abrazarnos de los rugosos y húmedos troncos,
aspiramos su aroma, al pie de los enhiestos soldados había piedras que guardamos
como amuletos, así estuvimos unas dos horas, riendo Raúl de mí, él más
escéptico se divertía con mi credulidad. El sol filtraba poco pero me sentía
feliz, rodeada de mágica música.
Hoy quise volver al
mismo lugar pero ya sin mi amado, pero lo encontré triste, silencioso, gris, opaco.
La luminosidad venía
de nosotros y la tristeza también. Me abracé a los árboles y sentí el abrazo de
Raúl, mientras el murmullo susurraba: “Te amo”.
AUTORA: Alicia Igarzabal- ROSARIO (Santa Fe- Argentina)
1 comentario:
uuff me ha conmovido entrañable texto, un saludo desde mi brillo del mar
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