A veces me despierto y no sé si es de día o de noche. En oportunidades
es mediodía y, a veces, medianoche. Es una situación estratégica porque, cuando
sucede, sorprendo a la casa cuando está desprevenida. Es el momento de
recorrerla y reinventarla. Modifico los horarios de los almuerzos, de la cena
y, también, los tiempos de los desayunos y las meriendas. Ellos suelen comentar
que no puedo salir solo a la calle, que no puedo transitar el bosque. No saben
que descubro lugares llenos de misterio. Que me encuentro con personajes de
película; que he tomado café con Glenn Miller para susurrar “Serenata a la luz
de la luna”, que he tenido relaciones con Marilyn Monroe, que he jugado golf
con Bing Crosby y que he compartido cabalgatas matutinas con Clark Gable. No
saben que hay innumerables situaciones en donde las utopías se concretan. En
oportunidades me encuentro con el “Ché”, para programar revoluciones que quedaron
en espera de momentos precisos.
Poco después ingreso en lo absurdo y veo enormes formaciones de niños atacando
a vendedores de armas que no tienen otra opción que retroceder y huir. Converso
con flores. Las magnolias me embriagan y penetro en las madreselvas hasta donde
llega el pico del colibrí para producir un beso inesperado.
He compartido cacerías con leones y leopardos y los he obligado a
respetar a las gacelas preñadas.
¿Qué saben de todo esto quienes insisten en que debo estar sentado en
una silla para no perturbar la paz de la familia? Y a propósito: a veces, miro
un punto fijo que cuelga del espacio para hacerles creer que estoy distante. Y
lo estoy. Converso con seres de otros mundos e intercambio comentarios
relacionados con Dios. Algunos dudan que Dios exista. Otros dicen que los espera
pacientemente en un cielo repleto de exquisiteces. Yo, por las dudas, sigo
siendo agnóstico. Eso me da la posibilidad de convertirme en un personaje
neutro admirado por todas las facciones. Durante las noches de altas
temperaturas, apago el aire acondicionado, sueño que estoy en un bosque salvaje
y chorros de sudor ruedan por mi cara. No espanto a los mosquitos porque se
convierten en vacunas, lo que evita olvidarme de aplicarlas. Otras veces, lo
enciendo en calor y me siento perseguido por osos polares que terminan
atrapándome. Estos –lo reconozco--, son malos momentos pero yo no hago
comentarios para que no crean que estoy loco. ¿Pueden ellos vivir - -sin
trastornos de conciencia--, apretados por las obligaciones de las oficinas mientras
descargo mis baterías en soledad? ¿Acaso saben que recuerdo mis meses de feto y
que he realizado todo lo posible para no salir a la intemperie y nada –después
de tanta maravilla--, puede ser tan agradable como el útero de una madre?
Suelen llevarme a un doctor de guardapolvo blanco que me conoce y yo desconozco.,
que tiene actitudes autoritarias respecto a mi libertad. Y lo detesto.
Pero luego vuelvo a estar solo y conspiro contra el orden. Trato de
desordenar todo prolijamente y de ordenar luego lo que desordené con audacia. Algunas
cosas se caen y se rompen y creo que debe estudiarse nuevamente la ley de
gravedad. Sé que se molestan y vuelven a poner en orden lo desordenado y
recomponen todo lo que hice con un estilo diferente que para mí es caótico
pero, para ellos, muy agradable.
A veces, busco cosas de valor para saciar mis apetitos. En noches
oscuras de angustia, mis ojos se iluminan como los de los felinos y encuentro
dinero y llego hasta el lugar en donde guardan las llaves. Entonces, salgo a la
calle, tomo la avenida y reparto ese dinero entre los seguidores de Cristo que
viven en las calles.
Con frecuencia, de regreso a casa, me pierdo en las noches oscuras de
la ciudad que conspira en silencio. Trato de alejarme entre nieblas frías
--como los dedos de los que manejan el mundo por dinero--, hasta que el pánico
se aleja porque siento que realicé la acción buena del día.
En invierno duermo mucho y mis sueños varían entre nubes verdes y
alcantarillas voladoras, que suelen llevarme al maravilloso país de Alicia, en
donde las reglas se contradicen y todos son felices porque no tienen necesidad
de eludirlas. En algunos momentos, llega música del castillo del Mago de Oz y,
si presto atención, puedo escuchar a Judy Garland cantando “Over the rainbow”. Entonces,
me gusta bailar con Humpty Dumpty, acompañado por algunos conejos dorados que
descienden desde un rayo de sol.
Sé que hay un enorme bosque que algunos hombres talaron pero que
volvió a crecer entre la niebla. Es el espíritu de los follajes, que vigila a
los perversos, los egoístas, los xenófobos, los autoritarios y los que aman la
intromisión por sobre todas las cosas. Pero no les será fácil llegar al otro
lado de la orilla. Estarán obligados a rendir cuentas.
Debo reconocer que, en general, vivo tranquilo. Pienso que luego de
estar internado en este mundo en donde la desigualdad es feroz, tengo futuro. Y
lo veo limpio, transparente, lúcido y amable. Ya estoy más allá de la orilla y
dentro de poco daré la contraseña para atravesar el bosque precavido y denso
para descender –---en una especie de desembarco alejado de conquistas--, sobre
praderas de magnitudes infinitas y libertades extremas.
AUTOR: Edmundo Kulino- C.A.B.A. (Buenos Aires- Argentina)
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