Siempre fui una
convencida de que los cuentos ancestrales, esos que casi nadie sabe quien escribió ni
dónde ni cuándo se originaron, pero que en nuestra niñez casi todos escuchamos a
través de la voz de alguna abuela nostálgica, siguen teniendo vigencia.
Los tiempos, los
escenarios, las costumbres, las circunstancias, los formatos, ¡hasta la lengua…! han
cambiado, pero los valores y los anti valores siguen rodando por el mundo porque el
hombre es, fue y será el gran protagonista de la historia.
Renata es una
adolescente como tantas. Una chica de la posmodernidad, del veinte veinte, del celu, de
las redes, del qué me importa…
La mamá de Renata
trabaja en el hospital de la localidad como enfermera. Su actividad continúa;
es más, se prolonga e intensifica por estos tiempos. Su abuela vive en el otro extremo
del pueblo. Por su edad avanzada su aislamiento es absoluto y se hace necesario
alcanzarle las provisiones necesarias. Y hacia allá va Renata, como la Caperucita Roja del
cuento.
Debe atravesar la
plaza grande, esa que más que plaza es un parque, casi un pequeño bosque, poblado por
añejos y altos árboles. Es otoño incipiente, pero el verano aún se inmiscuye con un
reinado que no se resigna a entregar. Los árboles todavía ostentan su follaje aunque
algunas hojas amarillas, madrugadoras del otoño, se esparcen por el suelo.
Renata mira hacia lo
alto en busca de los rayos del sol que se cuelan. Sus ojos se detienen en los
árboles que se erigen cual gigantes con sus brazos desplegados hacia el cielo clamando
protección. Se le antojan tristes y los imagina desnudos, sin sol, con el blanco-grisáceo
de la niebla, en un invierno imaginario que golpea tanto como el silencio que más que
nunca envuelve al pueblo y que lastima con su carga de
incertidumbre,
ansiedad y hasta miedo.
De pronto un puñado
de amigos que han burlado la disposición de la cuarentena la llaman para que se
una al grupo. Renata les contesta: - ¡No puedo. ..! ¡ Estoy apurada…!- Y le
imprime más impulso a los pedales de su bicicleta.
A la hora de la cena
el tema es la abuela. Su madre, con un toque risueño, pregunta si en su trayecto había
encontrado al lobo. Renata sonríe casi forzada por la ocurrencia fuera de época.
Pero en verdad, sin
darse cuenta, lo había encontrado agazapado en la amistad y la imprudencia de un
grupo de amigos.
Un lobo que como
ella es veinte-veinte, sin dientes filosos, ni largas orejas, ni cola peluda… Un lobo muy
chiquito, invisible para el ojo humano pero que ha logrado poner en vilo al
mundo.
Siempre estuve convencida
que los cuentos ancestrales, esos que casi nadie sabe quien escribió ni
dónde ni cuándo se originaron siguen teniendo vigencia…
Renata, Mía,
Carmela, Martina, Gloria… pueden ser Caperucita y el lobo puede tener formatos tan
disímiles e inimaginables como el de un pequeñísimo y feroz virus.
AUTORA: Rosario Buncuga- Peyrano (Santa Fe- Argentina)
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