“No quiero más guerras en el mundo.
No quiero ver más fotos de niños desnutridos.
No quiero que se publiquen informes de violencia.
No quiero más muestras de desigualdad.
No quiero que exista la injusticia.
No quiero que el hombre continúe perjudicando a la naturaleza con su contaminación desmedida.
Si
estás de acuerdo conmigo, escribíme o llamáme, juntos podremos comenzar
a trabajar para que en unos años la paz, la justicia, la solidaridad
y la igualdad sean banderas que habremos de enarbolar en el mundo”
Mi nombre es ….
Mi dirección …
Mi teléfono …
Mi correo electrónico…
Con
la letra propia de una niña de su edad, escribió este mensaje en el
cuaderno borrador. Habían terminado las clases y las hojas no
utilizadas, eran destinatarias de dibujos,
frases que se le ocurrían en vacaciones o el desarrollo de algún juego
propuesto por un libro o una revista.
Lo dobló prolijamente y lo guardó en la mochila que llevaría al viaje que emprendería al día siguiente con la familia.
El
departamento alquilado por los padres, tenía vista al mar. Estaba algo
alejado del centro comercial, pero como el propósito era descansar y
disfrutar de los tres hijos aún pequeños,
la ubicación resultaba ideal.
Alfonsina
era una niña muy interesada por la actualidad, a pesar de sus escasos
años, se preocupaba por los problemas comunes en el mundo. Leía,
preguntaba y guardaba todos los
recortes que le parecían importantes.
Como
el viaje había sido bastante largo, al llegar, se pusieron ropa cómoda
para caminar un rato en la playa y distender las piernas de tantas horas
en el auto.
La pequeña disfrutó de un momento con la familia, jugó con sus hermanos, luego cenó y se retiró a descansar.
Tenía
un objetivo para esas vacaciones. Sabía de la inmensidad del mar, de
que sus aguas llegaban a bañar costas de otros países y también de
continentes lejanos. Como le preocupaba
mucho la contaminación, conocía de memoria lo que demoraban en
degradarse algunos elementos que utilizamos con frecuencia. Sabía que si
utilizaba una botella de vidrio, ésta demoraría más de cuatro mil años,
pero corría el riesgo de que si se golpeaba, podría
romperse. Elegiría una botella de gaseosa o agua mineral, eran muy
resistentes a la erosión, su vida podría ser de más de cien años, y en
ese lapso esperaba haber cumplido su meta.
Ni
bien comprobó que se había terminado el contenido de una botella, sin
que nadie la viera, la juntó, la enjuagó muy bien, la puso a secar un
rato al sol para que no quede húmeda
por dentro y la escondió debajo de la cama.
Segura
de que todos dormían, cansados por los juegos en el mar y la arena,
introdujo el mensaje en la botella, la tapó bien y descendió la escalera
hacia la playa.
No era temerosa, pero de todas maneras, la luna era un farol inmenso y potente esa noche.
Caminó
un rato y cuando le pareció que la fuerza del mar era suficiente como
para alejar con rapidez la botella, la arrojó lo más lejos que pudo.
Desde
ese momento, su vida giraría en la esperanza de recibir una llamada, un
mail, un aviso de que alguien habría recogido el mensaje y estaba
dispuesto a acompañarla en su iniciativa.
Pasaban
los años, la situación del mundo no mejoraba y si bien ella se
comportaba como una persona responsable y correcta, no recibía el aviso
de que hayan leído la nota.
Eligió
una carrera afín a la asistencia social, participaba de fundaciones y
organizaciones que en parte la hacían sentir que algo hacía para mejorar
lo que no estaba bien, pero
no lograba estar satisfecha…
Jamás hubiese imaginado que ese día cambiaría su vida para siempre.
La
hermana menor se había realizado estudios solicitados por los médicos,
para diagnosticar una dolencia que hacía un tiempo los tenía
preocupados. Necesitaba un donante de médula
y Alfonsina era la única persona compatible.
Debían viajar al exterior para realizar el trasplante.
Se
despidieron del resto de la familia con la promesa de que algunos
viajarían ni bien ellas estén en condiciones de recibir visitas. Sólo
las acompañó el padre.
Fueron
horas muy difíciles, regadas de dolor e incertidumbre. Los partes con
los avances se conocían esporádicamente y el tiempo avanzaba lento.
Pero todo salió bien, Alfonsina fue la que primero se recuperó y comenzó
una vida normal. La hermana necesitó más tiempo y atenciones especiales.
Extrañaba mucho a su pequeña hija, que había quedado al cuidado de la mamá y del esposo.
Por un tiempo se olvidó de la ansiedad que toda la vida la había invadido, esperando una respuesta al mensaje arrojado al mar.
Una
mañana, golpean la puerta del hotel donde se alojaban, y al que se
había ido a descansar, mientras su hermana aún permanecía en cuidados
intensivos.
Su madre había viajado para reemplazarla, pero no voló sola, llevó consigo a la pequeña hija de Alfonsina.
Se
fundieron las tres en un abrazo que resumía todo lo que se habían
extrañado y toda la ansiedad acumulada por el anhelo de que la operación
resulte exitosa.
Llevó
a la mamá al sanatorio y salió a caminar con su hija. Conversaron,
tomaron un helado y sin darse cuenta, llegaron a la playa.
Inmediatamente, Alfonsina relacionó ese mar con el de su país, aquel en el que veraneaba de pequeña.
No dijo nada, pero quedó pensativa.
Se
sentaron en la arena, comenzaron a jugar, mientras inventaba historias
de sirenas, de piratas, de peces mágicos y tesoros hundidos.
Cavaban túneles, construían castillos, puentes, pasaban la tarde recuperando el tiempo que habían estado separadas.
De
pronto la pequeña descubre algo enterrado, bastante profundo, como que
los años lo habrían guardado en la playa, bien resguardado de la erosión
y del paso del tiempo.
Comenzaron a alejar con las manos,
la arena que lo cubría.
-¡Mirá, mamá! ¡Una botella con un mensaje! ¿Me lo leés?
Alfonsina lo sabía de memoria, pero lo disimuló y leyó a la niña lentamente ese deseo que expresó de chica.
El destino quería que fuera su hija la que se comprometiera personalmente a ejecutar acciones para lograr un mundo
mejor.
Ella
había hecho todo lo posible, algo había logrado. Estaba segura de que
la perseverancia que le había heredado, continuaría la lucha que ella
inició muchos años atrás.
Se tomaron de la mano… caminaron hasta la clínica.
AUTORA: Liliana Ravasio- RAFAELA- (Santa Fe- Argentina)
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