Una sensación extraña me despertó. En
el aire percibía algo atípico, un tanto difícil de explicar.
El reloj marcaba las 6 a. m., era una mañana muy
fría, demasiado fría. Me levanté, tomé el abrigo que tenía a mano y me marché,
algo me decía que no debía estar allí.
Me dirigí hacia el bosque, aún no
comprendo del todo por qué decidí caminar hacia allí. El panorama era
aterrador: las pocas luces que se percibían se esfumaban entre las ramas de los
árboles, el frío penetraba hasta los huesos y yo me encontraba ahí, colmada de
miedo e incertidumbre.
No me sentía completamente sola y eso fue
lo que más me estremeció. A lo lejos, percibí una luz tenue, acompañada de un
sonido que no podía escuchar con claridad. Sin pensarlo, me encaminé hacia allí.
En ese mismo instante, el temor se
paralizó entre tanta penumbra, el frío ya no pareció tan penetrante y la
perplejidad se disipó.
Una vez más, supe que eras vos. Desde
ese momento entendí que todo estaba bien.
AUTORA: María Cecilia Marchisone- Clucellas (Santa Fe. Argentina)
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