En tétrica noche de
otoño, las doradas hojas de los árboles se oscurecían en la blanda superficie de la
tierra.
Ellas cayeron una a
una, como caen y se pierden las primeras ilusiones de la infancia.
Las lluvias formaron
esa masa pantanosa e inmunda que aún brillaba bajo los claros reflejos de la luna.
El viento arreciaba
entre las ramas, deshojándolas a la vez que modelaba una lúgubre música.
En ese trágico lugar
supe que estaba mi enemigo, el enemigo de toda la humanidad, ese que tanto tememos, con
la intención de entrar en mi organismo.
Era temor y terror
los sentimientos que invadieron mis neuronas, me envolvieron en la negrura del paisaje.
No pude entender qué
fue lo que ocurrió, ni por qué me encontré de pronto allí, en medio de la noche y entre los
árboles de aquel pantano. Descalza y
desprovista de abrigo, totalmente vulnerable, además de acechada por un enemigo invisible y
letal. Ya sentí mis fuerzas
desfallecer, imaginé el peor desenlace.
El suave ronroneo de
mi celular me salvó de tan cruel pesadilla. Mi corazón latía apresurado y mi
cuerpo estaba cubierto hasta la cabeza con la sábana. En el despertar y
volver a la realidad, ya no me encontraba en el bosque ni en su pantanosa superficie, pero sí
recordé al llegar a la plena conciencia, que el supuesto enemigo letal estaba circulando en
pueblos y ciudades.
Eso sí era real, se
encontraba entre las personas, las aterraba en todo el mundo y mi único refugio seguro, era
mi propio hogar.
AUTORA: Inés Quiléz de Monge - San Francisco (Córdoba- Argentina)
1 comentario:
Excelente descripción del enemigo invisible
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