Cuando una nave extraterrestre volvió a
descender sobre la Tierra, el Siglo XXI (según el calendario de dicho planeta)
ya se aproximaba a su final. Habían pasado varios años desde el último
aterrizaje. ¿El motivo? El mundo se había convertido en una brasa
incandescente. El agua y el aire estaban completamente viciados. Ya no quedaban
vestigios de vida animal, ni vegetal. La contaminación, la desforestación, las
guerras y la destrucción de las centrales nucleares se convirtieron en una
lava, no precisamente volcánica, que arrasó con todo.
Tras haberse apagado aquella pira, el
platillo aterrizó sobre un páramo cuadrado, al tiempo que levantaba una nube de
cenizas. Sus pocos tripulantes descendieron, provistos de un sofisticado
vestuario para evitar efectos nocivos sobre sus cuerpos.
Tefla, el líder del grupo, quien había
estudiado durante siglos la vida en dicho planeta, explicó a sus discípulos…
“Este sitio era un espacio verde, al que los humanos llamaban ‘plaza’. Estaba
cubierto de árboles y flores. También había juegos infantiles. Ese herrumbrado
arco de caño era el soporte de unos columpios en los que los niños solían
hamacarse. Lo que vemos alrededor de este lugar son ruinas de viviendas.
Aquella construcción más grande que quedó por el piso era una iglesia, donde
muchos terrícolas asistían a adorar a su Dios.”
Caminaron varios metros y encontraron
una casa que, a pesar de su deterioro, aun se mantenía en pie. La puerta estaba
caída, sobre la vereda. La corrieron e ingresaron. A medida que la recorrían,
veían el penoso estado de los muebles, pero ni vestigios de vida. Tefla narraba
qué función cumplía cada habitación. Luego levantó un portarretratos que estaba
caído sobre una mesa con su frente hacia abajo. Al tomarlo se desintegró, pero
pudieron divisar una vieja fotografía… “Aquí podemos ver una típica familia: el
padre, la madre, sus dos hijos (una niña y un varón) y su perro, el animal que
cumplía el rol de mascota”.
En el cuarto matrimonial hallaron un
placar derrumbado y, entre los restos de madera, una sencilla caja fuerte de
hierro. La misma no tenía combinación, solo un simple cerrojo. Consideraron muy
importante ese hallazgo, porque lo que hubiera allí dentro seguramente se
encontraría indemne a tanta destrucción. Pero debían hallar la llave que
develara el secreto.
Al entrar a la última habitación, la
angustia se apoderó de los visitantes. Sobre una deteriorada cama se hallaba el
cuerpo casi petrificado de una joven muchacha. A su lado, una agenda que en su
frente decía “2064” .
Tefla la tomó con cuidado, para que no se deshaga entre sus dedos, pero la
misma se deshojaba al mínimo contacto. No obstante aquel líder pudo leerla,
gracias a sus conocimientos sobre los idiomas del planeta, fruto de numerosos
estudios.
Luego les contó a sus subordinados que
se trataba del “diario íntimo” de una niña llamada Zoe, donde plasmaba sus
vivencias, combinadas con algunos poemas sentimentales. Allí narraba el final
de la escuela primaria, desde el cual no volvió a ver al chico que le gustaba.
Hablaba de sus amigas, de su fiesta de quince años y de un nuevo amor que
asomaba en su vida y a quien pensaba corresponder…
De pronto, aquellos escritos plenos de
esperanza comenzaron a cambiar de tenor. De un día para otro ya no tuvo
noticias sobre aquel amado pretendiente. De a poco perdió a sus padres, su
hermano y su adorado perrito. Zoe, quien era aún una adolescente, se sintió
sola en un mundo agonizante. La desazón se apoderó de su espíritu y escribió:
“Existe el Diablo. Él es el culpable de todo. Nos hizo creer que era un Dios y
nos sumergió en el infierno. Nos envenenó el alma, pero yo no voy a permitir
que haga más daño. Lo voy a encerrar en la caja fuerte de papá y a deshacerme
de la llave. Me encargaré de vigilar que no salga nunca más de allí”.
Fueron las últimas palabras escritas por
Zoe. ¿Habría llegado a tirar dicha llave? se preguntaronTefla y los suyos, y
comenzaron a revisar toda la casa. Pero el líder fue quien halló, muy cerca de
la niña, la respuesta en su mesa de luz. De allí extrajo un cajón. En el mismo
había varios papeles amarronados que se convertían en polvo al mínimo contacto.
Pero, en el fondo de la gaveta, había una vieja llave de bronce.
“Tefla, allí dentro está el Diablo. ¿No
estaremos a punto de abrir una ‘caja de Pandora’, como la de esa leyenda humana
que usted nos contó?”, dijo un atemorizado visitante. “No teman, yo la abriré”,
respondió el cabecilla.
El cerrojo estaba seco y hollinado. El
líder lo lubricó y logró abrirlo. Sorprendido, uno de los subordinados exclamó:
“¡Aquí hay solo papeles! ¿Dónde está el diablo?”
Tefla contestó: “Debí suponerlo. Ellos
guardaban en estos cofres sus valores más preciados: los bienes materiales. No
son simples papeles, se llama ‘dinero’. Fue una buena invención de la
humanidad, que reemplazó al trueque. Luego, el poder y la ambición desmedida
por tenerlo cegaron a muchos habitantes del orbe. Zoe tenía razón: el Diablo
les envenenó el alma. Y así, ellos envenenaron al mundo entero.”
Uno de los extraterrestres preguntó si
llevarían la caja a su planeta. La respuesta de Tefla, luego de cerrarla nuevamente
con llave, fue: “De ninguna manera. Debemos respetar la voluntad de Zoe y dejar
el arca bajo su custodia.”
Luego, entre lágrimas, los visitantes se
despidieron de la chiquilla. Lamentando no poder besar su frente, abandonaron
la casa y volvieron a su platillo.
AUTOR: Jorge Emilio Bossa
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