En esta tarde, gris y fría de un mayo otoñal, decidí ordenar la biblioteca, y encontré el
álbum familiar, dejé de lado los libros,
me puse cómoda y comencé a mirar las fotos de mis primeros años de vida. La fotografía
de mi bisabuela Teresa, sentada en su
hamaca, me trajo a la memoria, un domingo en la década del 40.
-Nuestra familia acostumbraba
reunir a los parientes en un almuerzo, un domingo por mes, alternando las reuniones en casa de nuestros
tíos abuelos maternos. La reunión tuvo lugar en casa de mis abuelos Ángel y
Rosa, a la nunca pude decirle abuela, debía llamarla Mamá Rosa. Los hombres se ocupaban de armar, con tablones
y caballetes, una larga mesa en el
patio, mi bisabuela Teresa, se mecía en
su hamaca de madera y mimbre. Las mujeres en la cocina, se encargaban de preparar exquisitos
tallarines con salsa, a los niños nos mandaban a jugar. Este fue un domingo muy particular, cansada
y agitada, fui a la cocina por agua, mi madre me alcanzó un vaso con agua fresca y volvió a sus menesteres. Curiosa como todo niño,
oculta tras la puerta, las escuchaba
hablar en voz baja. Quedé intrigada- ¿por qué hablaban así?
Llegó septiembre con perfume a
jazmines de nuestro jardín, a minutos del mediodía, sonó el timbre, era el
cartero, me pareció raro, acostumbraba
pasar por el barrio a eso de las nueve
de la mañana. Apresuré el paso, es un telegrama -dijo el cartero- y me hizo firmar una planilla. Venía dirigido a mi padre, Ángel Miguel, el tercero
de nueve hermanos, cuya raíz materna, provenía de Italia, en Udine, Venecia.
Entregué el telegrama, mientras lo leía, algunas lágrimas empañaban su mirada. .El
almuerzo era un momento sagrado, toda la familia alrededor de la mesa
bendiciendo los alimentos, era aprovechado por nuestros padres para conversar sobre
nuestros estudios, y hacer recomendaciones, sobre el respeto y
obediencia a la maestra, segunda madre, que hoy recuerdo con nostalgia. Yo cursaba el
segundo grado de la primaria (tercer grado de ahora), en una escuela pública, mi hermana Teresa, el primer grado, en un
colegio religioso. Finalizado el
almuerzo, mi padre con voz pausada,
comentó el contenido del texto del telegrama: “Falleció Teresa”.
- No queríamos preocupar
a la abuela Teresa (nuestra bisabuela)
sobre el delicado estado de salud de su madre Teresa, (nuestra tatarabuela) luego
de una larga enfermedad, de la que teníamos conocimiento. Había quedado viuda
muy joven y nunca pudo superar la partida de sus hijos Luis con su esposa Ana,
y cinco hijos, mi abuela Teresa, con su
esposo Valentín y seis hijos, tres varones y tres mujeres, en busca de nuevas
oportunidades., en Argentina. Lo hicieron gracias a la ayuda de su madre, y
parientes, familia de buena posición
económica. Repuesto de la emoción dijo: debo avisar a mi madre y a mis tíos. Nos
levantamos en silencio, pasamos a la
cocina para ayudar a nuestra madre, mamá lavaba los utensilios de cocina, yo ayudaba
a secar platos y cubiertos, mi hermanita
a guardar los cubiertos.
El domingo al mediodía,
finalizado el almuerzo, papá retomó la
conversación:
- La Nona Teresa nos contaba que el viaje a Argentina, fue largo y sacrificado, lo hicieron alentados
por parientes que se aventuraron a viajar, años antes y formaron sus hogares
en Colonia Caroya, localidad de la provincia
de Córdoba. A su hermano Luis, le gustó el lugar y se radicó allí. Mis abuelos,
viajaron al norte y se radicaron en Monteros, en Tucumán, inauguraron una casa
de comida, donde trabajaba toda la familia. Ese día comprendí la conversación
en voz baja, que me intrigara en su
momento, el secreto era el estado de
salud de su abuela Teresa, que ya había
sufrido la pérdida de su esposo Valentín y no querían preocuparla, además, descubrí
el porqué de tantas Teresa en la familia.
Pasaron siete años, la vida continuaba con alegrías y
sobresaltos, la bisabuela, falleció, todos decían “murió de pena”. Un domingo
de mayo, reunidos en casa de tío Ernesto, uno de los cinco hermanos de Mamá
Rosa, los mayores comentaban que la familia debía contribuir, para que Dante, hermano
de mi Mamá Rosa, viaje a Italia, para representar a la familia, por asuntos relacionados con la herencia de
los parientes que sobrevivieron a la segunda Guerra Mundial.
De regreso a casa, mi madre,
mirándonos con ternura dijo- tendrán que ser muy cuidadosas con todo, tenemos
que ahorrar para ayudar a la familia. Con su padre, acordamos colaborar con dinero, para la compra del pasaje del tío Dante.
Después de tres o cuatro
meses, recibimos noticias, tío Dante estaba de regreso y traía noticias. Llegó a
nuestra casa, una vez más en domingo,
jornada plena de emociones. En cierto momento, colocó sobre la mesa, una caja de madera labrada, no
conocía su contenido, con manos
temblorosas, tomó una llave de bronce, que traía consigo, y la abrió. Sorprendido, tomó una a una, hojas de papel, eran cartas amarillentas, arrugadas y de bordes gastados, el tesoro más preciado de su abuela
Teresa, que hoy pasaba de mano en mano, entre sus descendientes. Luego dos fotografías en blanco y negro, una de toda la familia, recuerdo de despedida y
la otra abrazada a sus hijos, el día la
partida. La imaginé contemplando esas
fotografías, leyendo esas cartas y la hoja desprendida, de un libro, tal vez de
un devocionario…
AUTORA: María de los Ángeles Albornoz
Monteros- (Tucumán- Argentina)
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