Yo la mate, Padre. Nadie me vio porque
tomé todas las precauciones necesarias. Está bien, usted me dice que si tomé
las precauciones es porque lo tenía premeditado, pero no. Yo no planeé matarla;
las cosas se fueron dando de a poco. Usted sabe cómo son esas cosas, uno se
pone loco y no puede parar. Más de uno le habrá contado lo mismo, pero claro,
usted no puede revelar lo que otros le cuentan, no? Lo mío no fue ni defensa
propia, ni emoción súbita o como quieran llamarlo. Bueno, quizás emoción súbita
sí. Pero también fue amor. Sí, amor. Y celos. No, no había tomado ni una gota
de alcohol, así que estaba en mis cabales y en total conocimiento de mis actos.
Pero estoy libre. Sí, libre, como lo escucha. Angustiado pero libre. Usted pensará cómo es
eso, pero es así. Y por qué tomé la decisión de matarla. Porque encontré la
llave Padre, y las cartas. Estaban guardadas en una caja de madera labrada.
Descoloridas, ajadas por los años, pero con la tinta intacta y legible. Todas
esas cartas Padre, escritas con tanta pasión. No Padre, nunca lo sospeché. Estaba
buscando otra cosa y apareció esa maldita llave. Jamás pensé que Irina me
engañaría. Encontrarme con esas esquelas escritas de puño y letra por otro
hombre me despertaron a la realidad. Fue demasiado Padre; no pude soportarlo. Por
eso la maté. Ahora estoy más tranquilo;
pero ella ya no está. Si no hubiese sido
por esa maldita llave…
AUTORA: Beatriz Chiabrera de Marchisone
Clucellas (Santa Fe- Argentina)
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