Llaves que
abren historias guardadas en el corazón, otras en la memoria y muchas otras
escritas guardadas en cofres a las que recurrimos cuando estamos tristes,
cuando extrañamos, cuando no sabemos dónde estamos, cofres que se abren para
recordar relatos que marcaron nuestras vidas.
Hoy encontré
la llave para abrir mi cofre y contar un pedacito de la vida de mi bisabuelo,
el que dejó una de las marcas más importantes en mí.
Fernando,
fuerte, alto y con una paz que solo él podía llevar.
Llego a
Argentina por allá en 1915 con sus papás y hermanos, venían todos de Italia,
para ser más específicos de Turín.
Sí, eran
inmigrantes y llagaron a Argentina en busca de un futuro.
¡Y vaya que
lo encontró!
Se enamoró
de la mujer más testaruda y buena que había en el mundo (algo tenía que sacarlo
de su paz), luego llegaron sus hijos, y con ellos nietos y de más está decir
que también bisnietos.
Fernando, en
tono suave y chistoso, hablaba de su vida y en cada cena, con una copa de vino
blanco, repetía alguna que otra anécdota que les gustaba escuchar a sus
nietos.
Entre tantas
de esas cenas y relatos que contaba, siempre tenía presente su llegada al país,
la guerra, su primer y único amor, cómo logró todo lo que tenía y cuánto amaba
vivir, porque si hay algo que no dejó nunca de hacer fue vivir.
A mí,
particularmente me gustaba que me cuente de su familia.
Era el hombre más memorioso que conocí y a sus 95
años seguía contándome con nombre, fecha y detalle, sobre sus papás, hermanos y
alguna que otra cosa que recordaba en el momento.
Yo, para no
olvidarme nunca de eso, me armé su árbol genealógico.
Árbol que
quedó plasmado en un papel y que hoy es mi mejor tesoro, mi ancla y mi salvavidas.
Un pedazo de
él, que me acompañara siempre.
AUTORA: Soledad Ayala
Vila (Santa Fe- Argentina)
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