Buscando un libro para leer en su biblioteca
encontró en un cajón un grupo de cartas, fotos
viejas y una llave, envueltas en un papel. La emoción lo
embargó al momento de desenvolver el papel sobre la mesa, porque esa llave
había sido su mascota durante su niñez,
a la que muchas veces le había pedido que le dé suerte
en aquella lejana etapa de su vida.
Al comenzar a leer las cartas y mirar las fotos, se fueron evaporando las capas de olvido que cubrían su mente, sumiéndolo en una profunda melancolía. Trató de
ir desempolvando lentamente y con mucho
cuidado esos recuerdos, pero en cada palabra que iba leyendo, por más
suave que lo hiciera, le lastimaban de nostalgia el corazón,
en medio de la soledad que lo rodeaba.
Y es que al terminar de
leer el recuerdo de la
primera carta, apareció detrás una
foto con la alegre imagen de su madre, dándole un
beso en un día soleado. Luego una vieja historia que no quería recordar,
pero que seguía leyendo anhelante del pasado.
Y mientras sus ojos se llenaban de
lágrimas, apareció una foto con la sonrisa flotando
en su cara de
niño, corriendo con sus pantalones cortos a la esquina
de su barrio para jugar con sus amigos. Y entonces, tomó la bicicleta
y salió a pasear por aquellas calles de tierra, cantando,
gritando y tratando de volar alegremente con alas de mariposa.
Nunca supo cuánto tiempo pasó,
pero al despabilarse con los dedos aferrados a esas cartas y a
esa fotos, apretándolas con
fuerza, comenzó con sus manos atolondradas
a ordenarlas sobre la mesa, y luego las juntó una
por una, y junto con la llave las envolvió nuevamente con el papel y las
volvió a guardar en lo que para él sería desde
ahora, el cajón de recuerdos de la biblioteca.
Pero de pronto apareció en su mente el
recuerdo del rostro, joven, vivo y fresco de
ella, como si aún estuviera allí, y
pensó entonces guardarlo
en ese cajón junto con los otros recuerdos,
pero no pudo hacerlo porque la veía tan
nítida y clara, que creía que
podría tocarla y escuchar tu voz.
Estaba tan cerca suyo, que le parecía que era
ella que había vuelto, y que su mano
acariciaba la suya y aunque luego su figura
se fue esfumando de su mente, comprendió que no era un viejo recuerdo
que podía guardarlo en ese cajón con los
otros, porque aunque ella jamás regresara, su recuerdo estaría allí presente, viviendo con él
para
siempre.
AUTOR: Néstor Quadri- Parque Avellaneda (Buenos Aires- Argentina)
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