Mía, una
estudiante quinceañera, visitó a su abuela Hortencia para hacerle un pedido…
- Abu, en el
colegio estamos colaborando con el museo municipal. Nos pidieron que, si
podemos, donemos un objeto antiguo.
- Y vos
pensaste que esta vieja algo de eso debe tener ¿no?
- Si, ja,
ja. Puede ser una herramienta, un utensilio de cocina, un retrato…
- Uyyy. En
el altillo tengo unos cuadros ovalados con las fotos en blanco y negro de mis
nonos, los tatarabuelos tuyos. No recuerdo dónde están guardados.
- ¿Vamos a
buscarlos? Así de paso los conozco.
- Vamos,
querida, pero despacito que hace rato que no subo esas escaleras.
Al llegar al
desván, la adolescente se asustó. La puerta crujió, por falta de aceite. La luz
de la sala era tenue, producto del polvillo acumulado sobre la lámpara. Las
telarañas formaban grises cortinados en el lugar. Por si fuera eso poco, el
hedor era bastante desagradable…
- Abuela…
¡Qué olor! ¡Debe haber un gato muerto acá adentro!
- Debe ser
por la humedad. Hacía años que nadie ingresaba aquí. Voy a abrir la ventana.
Hortencia
abrió los postigos y una bocanada de aire fresco invadió el cuarto.
- Abu, acá
no veo ningún cuadro.
- Debe estar
metido por ahí. No sé dónde guardé ayer el recibo de la jubilación, menos aún
dónde están esos viejos retratos que hace años traje aquí. Ayudame a buscarlos…
La joven y
la sexagenaria mujer hurgaron en los cajones de una antigua cómoda. En uno de
ellos, entre papeles amarillentos, hallaron una vieja llave…
- Debe ser
del ropero, Mía.
- Sí, porque
no puedo abrir una puerta…
Con mucho
esfuerzo, ya que el cerrojo estaba duro, Hortencia logró el objetivo. Acto
seguido, el horror se apoderó de ambas… Dentro del mueble había un cadáver, en
muy avanzado estado de descomposición. El mismo, de aparente sexo masculino,
yacía sentado. Estaba desnudo, abrazando sus piernas dobladas y con la cabeza
apoyada en las rodillas. En un rincón del pequeño habitáculo había un par de
zapatos, semicubiertos por un bollo de ropa. Apresuradas e impresionadas, ambas
bajaron las escaleras…
- Abuela…
¡No sabía que eras una asesina!
- ¿Cómo te
atrevés, mocosa, a decir semejante barbaridad?
- Explicame
lo del difunto entonces…
- Mirá…
Reconozco que mi memoria es frágil, pero no recuerdo haber matado a nadie.
- ¿Y
entonces???
- Te repito
que no tengo la menor idea de cómo apareció ese muerto en el ropero.
- ¿Y ahora
qué vas a hacer?
- A ver…
Deshacerme de él es muy difícil. Si lo dejo ahí no voy a poder dormir sola en
esta casa nunca más. No me queda otra opción que avisar a la policía.
Cumplida la
denuncia, los efectivos hicieron a la anciana varias preguntas. Tras retirar el
cadáver y cumplir diversas investigaciones, un fiscal informó a la anciana…
- Se trata
de Víctor Domínguez, desaparecido hace dos décadas. Tenía cuarenta y nueve
años, era soltero y mujeriego. De un día para otro se lo tragó la tierra.
¿Usted lo conocía?
- Siii…
Ahora lo recuerdo. Era muy buen mozo.
- ¿Cuánto lo
conocía?
- ¿Qué está
insinuando, fiscal?
- Dicen que
Domínguez tenía varias amantes…
- ¡Me está
faltando el respeto!
- Disculpe,
pero no podemos descartar ninguna hipótesis…
- ¿Y cuál
sería la suya?
- Por
ejemplo… que hayan tenido un romance y su esposo, como venganza, lo mató.
- Mi esposo,
que en paz descanse, era incapaz de matar una mosca.
- ¿A qué se
dedicaba él?
- Era
viajante. Murió en un accidente, hace poco más de quince años.
- Entonces,
él vivía en el momento del crimen.
- Sí, pero
yo no creo, no creo…
El fiscal no
quería ser grosero. Sabía que la viuda nunca fue una santa y que ese era el
camino de la verdad. Hortencia, mientras tanto, luchaba contra su mala memoria
para buscar una respuesta a este interrogante que cada vez la intrigaba más. El
inspector hizo la pregunta inquisidora que se clavó en el alma de la anciana…
- No quiero
ofenderla, pero… ¿Víctor Domínguez nunca estuvo en su casa mientras su esposo
andaba de viaje?
- Mhhhh… No
recuerdo, señor fiscal.
- ¿Cómo “no
recuerdo”? ¿No está segura?
- Perdóneme.
No le estoy mintiendo. Sucede que soy muy olvidadiza y despistada.
- Haga
memoria, Hortencia. ¿Su esposo no regresó antes alguna vez y…?
La mujer
frunció el ceño, mientras navegaba en su frágil lucidez. El fiscal sentía haber
llegado al nudo de la cuestión. La abuela, confundida, balbuceó…
- Puede ser,
fiscal, pero tengo tan mala memoria. Le doy un ejemplo… ¡Nunca recuerdo dónde
guardo las cosas! Es más… ¡A veces ni siquiera recuerdo haberlas guardado!!!
AUTOR: Jorge Emilio Bossa- San Francisco (Córdoba- Argentina)
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