El sol golpeaba las sombras,
las incendiaba. Los rayos deslumbrantes despertaban la mañana, que se
desperezaba matizando de alegría dela vida que se movía plenamente.
Alicia no había dormido bien,
la calle la esperaba con muchos trámites por hacer, así que se apresuró a
buscar la documentación necesaria, que debía ordenar antes de salir. Ella sabe
de su valor y de sus pruebas, de sus altibajos, de sus miedos, y de
su vida matizada con tan diversos colores. De todos modos, sigue adelante, como
siempre lo hizo, y va hacia esa propuesta nueva, ya que cada vez que planeó
algo, no cejó hasta conseguirlo.
Hacía tanto que no revisaba
sus papeles, por eso se dirigió prontamente al cajón olvidado del viejo
placard. Así ocurrió que sus manos descubrieron una llave pequeña, dorada, que
la detuvo y la llevó a abrir ese pequeño cofre donde en un tiempo lejano
escribía y guardaba sus memorias. Las hojas lucían con un color desteñido,
viejo y las letras apenas se notaban, pero empezó a recorrerlas
reviviendo su pasado. Cierra sus ojos y aparece ante ella un lienzo multicolor,
como una pintura mágica, donde está dibujado todo,
Allá muy lejos, pintada de un azul intenso y muy tierno ve su niñez, el colegio, sus amigos, una infancia feliz, plena, que existía en todos los lugares que frecuentaba. Fue la primogénita, también la primera nieta y sobrina, la preferida de todos, en una familia unida, donde ella era el centro de los mimos y consentimientos. Allí estaba su madre, con sus múltiples tareas de la casa, su dedicación, su entrega, y su padre tan rudo, trabajador incansable y siempre dispuesto a hacer algo más por la educación de sus hijos.
Allá muy lejos, pintada de un azul intenso y muy tierno ve su niñez, el colegio, sus amigos, una infancia feliz, plena, que existía en todos los lugares que frecuentaba. Fue la primogénita, también la primera nieta y sobrina, la preferida de todos, en una familia unida, donde ella era el centro de los mimos y consentimientos. Allí estaba su madre, con sus múltiples tareas de la casa, su dedicación, su entrega, y su padre tan rudo, trabajador incansable y siempre dispuesto a hacer algo más por la educación de sus hijos.
Así fue
creciendo, empezó la escuela primaria, siendo siempre una buena alumna. Se
propuso terminar ese primer ciclo en forma brillante, para luego
poner énfasis en la secundaria, ya que su meta era llegar a ser una joven y
próspera abogada. Se veía trabajando del lado de los justos, encaminando a la
sociedad a vivir mejor, ayudando a todos, sin importarle su riqueza, su
educación, su nivel social.
Pero en un
amanecer cálido, el cual lo adornaban las primeras flores de
primavera, inundadas de gorjeos, donde todo prometía lo mejor, llegó su primer
dolor. Su padre, su gran confidente, su compinche de los momentos
más caros, se fue de la casa. Había partido tras un amor y ese abandono, tan
brusco e inesperado, hizo en ella una herida desgarrante y también
su primer silencio. Tuvo que guardar sus lágrimas, endurecerse, apoyar a su
madre.
También, a pesar de sus pocos
años, empezó a compartir tareas, trabajar, ayudar. Colaboraba en la cocina, ya
que su mamá se dedicó a la pastelería para mantener la casa. También salía a
vender las cosas preparadas.
Ese trayecto fue
bastante costoso. Las piedras eran demasiado pesadas para su edad, pero tuvo
que sortearlas, atenta a todos los cambios, madurando cada día, anteponiendo el
valor, a sus sentimientos.
A los quince
años, las diferencias sumaron en la escuela secundaria, que para
poder completar tuvo que pasar al turno noche.
Pero no descansó,
y finalmente obtuvo su bachiller en medio de felicitaciones.
No pudo acceder al
viaje de egresados, pero no lo tuvo en cuenta, estaba armada para una lucha,
distinta a la de las chicas de su edad, pero ella sí podía hacerlo. Había
saltado de la niñez, para ser una persona mayor, olvidándose de ciertos
detalles concernientes a su edad.
A los veinte años
ingresó a la facultad y fue allí que empezaron a dispararse sus sentimientos
que había guardado durante tanto tiempo.
Entonces un rojo
intenso pintó sus días. Primero se enamoró con todas sus fuerzas, luego comenzó
a luchar contra las injusticias, a igualar deberes y derechos, para que
pudieran acceder mucha gente injustamente postergada. Sí, lo que había soñado
en su niñez como un paso feliz, se transformaba ahora en un obstáculo para
brillar en su carrera. A pesar de todo no cejó y dedicó sus horas para obtener
un resultado de igualdad y amor.
Su pareja,
con sus mismos ideales, fue el aliado para avanzar hacia lo que ella decidió
que era su horizonte. Reuniones, planes, estadísticas, y un movimiento por la
paz, los derechos, la libertad.
Para coronar esa
vida intensa, en ese tiempo nació su hija Milagros, y sintió que la victoria le
pertenecía.
Pero no fue así,
el tropiezo fue grande y en una tarde lluviosa, su gran amor quedó en el
camino, durmiendo con sus ideales para siempre. Y ella pasó a ser dueña de un
color muy gris, sus días fueron oscuros, en un encierro que tuvo tonos de cruel
invierno, Allí pensaba sólo en su hija, ya que, cuando el sol volviera a ella,
todo sería distinto, su dedicación sería Milagros, que la esperaba, siendo ése
el motivo por el cual aprendió a rezar, recuperando sus fuerzas.
Cuando la puerta se
abrió, un cálido amarillo le perteneció, y en su paisaje sólo hubo
metas cubiertas de valor y trabajo.
Ahora la
niña ya es una joven llena de atributos, y ella descubre que la vida le va
devolviendo cosas que creía perdidas y muy valiosas por cierto. Su porvenir
está pintado de un color verde, lleno de esperanzas.
Su camino
tuvo matices multicolores. Aquella infancia azul de sus afectos mejores. Una
adolescencia gris, pero cambiante, que ella fue transformando y pasándola al
verde, plagado de esperanzas. Una juventud roja, cargada de pasión en todos sus
actos que la llevó a un espacio de tiempo oscuro que no pintó de ningún color.
Pero a sus brazos volvió la ternura, cuando acunó su pimpollo rosa y bello como
no hubo igual. El cálido amarillo cubrió los pasos de su pequeña. Y ahora, en
sus manos, esa llavecita dorada, que con sus recuerdos le alcanza la fuerza
para seguir en su lucha.
Porque así avanzó, así
avanzará ahora, que tiene que vencer otras situaciones, pero ella sabe que su
pasado es un recuerdo, que le da valor, ya con sus sesenta años a cuestas,
descubre cuantas cosas puede hacer, trabajando con sus pares.
La edad es la que
canta el corazón, y el suyo vibra de matices multicolores. Luchó,
sufrió, pero qué es la vida sino eso, caer, levantarse, pero seguir adelante
Si, esa llave mágica que sus
manos sostienen, seguro le abrirá los caminos que van hacia su horizonte, ahora
pintado de blanco, ya que siente en el alma que lo cumplido, la ha impregnado
de pureza.
El arco iris que pintó sus
utopías, aún está frente a ella, diciéndole que lo vivido ya es recuerdo,
invitándola a seguir encontrando los colores impregnados de amor y de paz.
AUTORA: Edita
Gaite
Rosario (Santa Fe- Argentina)
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