__ ¡No lo puedo creer! ¿Cómo nos engañó así, durante tanto tiempo? Y
siempre haciéndose la modosita con sus misas y sus novenas a Santa Brígida.
Apenas le conocíamos la voz, casi era inexistente en nuestra casa.
__¡Sshh, baja la voz no vaya a ser que se despierte de su siesta de
señorona y descubra que hemos develado su secreto a través de esta llave!
Porque si no la encontrábamos, jamás hubiéramos entrado en su otra vida, la que
tuvo tan calladita durante estos años.
__ Tú dirás lo que quieras, pero yo no puedo dejar de indignarme al leer
estas cartas impúdicas que le mandaban a nuestra hermana, hombres que visitaban
nuestra casa y que eran conocidos en todo el pueblo. Mira ésta, firmada por
Eduardo del Valle, ¿te acuerdas de él? ¡Qué buen mozo y simpático era! Todas
las muchachas estábamos enamoradas de él, pero Eduardo como si nada. Y fíjate,
resulta que era el enamorado de Amelia.
__ Y esta otra, la firma J.P. ¿No sería ese viajante, cómo se llamaba...
José Perales o Parrales, algo así? Venía todos los meses desde la capital para
traer las encomiendas y llevarse los pedidos. También se llegaba a nuestra
casa, pero siempre lo atendía nuestro padre ¡Qué historia, casi no la puedo
creer!
__ Y mira de la forma que la llama este otro: mi ardiente y
electrizante amazona. ¡Mi marido nunca me dijo semejantes palabras!
__ Es que nosotras somos mujeres decentes,
Clarita. Esos términos están destinados a las otras. Y además, nuestros
maridos, no tienen mucha imaginación.
__ Aquí hay por lo menos, diez, veinte cartas de sus enamorados ¿Me quieres
decir con tanto amorío, por qué Amelia nunca se casó?
__ Porque en aquel tiempo, siempre una de las hijas mujeres quedaba para
cuidar a los padres, recuerda que era así. Y le tocó a ella, la muy desvergonzada.
Que además, te voy a decir, siempre se hizo la ilustrada, leyendo novelas y
poesías. Por suerte, ayer hemos enterrado a nuestra santa madre y nuestro padre
hace años que murió, si no, ¡qué disgusto, Dios mío!
__ Pero a partir de ahora, Irene, ¿cómo la vamos a tratar después de haber
conocido la doble vida que nos ocultaba?
__ Fingiendo, querida hermana, como hizo ella. ¡Ay, la verdad que después
de haber abierto su escritorio, no sólo estoy asombrada, si no, también...,
¿cómo decirlo?, un poquito envidiosa.
__ ¡Pero qué dices, Irene!
__ ¡Pues claro! Nosotras convertidas en dos señoras respetables con maridos
aburridos. Y ella, amada en silencio, despertando pasiones únicas, que
inspiraron a sus amantes estas cartas tan llenas de pasión, de voluptuosidad.
__ ¡Basta, Irene, contrólate! A ver si esto ya se convierte en un mal de
familia. Vamos a cerrar su escritorio y a colocar la llave donde la
encontramos. Hemos abierto la puerta del infierno, pero ahora, hay que mantener
el secreto de estas relaciones escandalosas.
Amelia Irinda Carrizales, estaba recostada en su cuarto y sonreía. Estaba
segura que sus hermanas, después del entierro de su madre, empezarían a devorar
todos los rincones de la casa, buscando recuerdos. Amelia, mantenía el reposo
de los que desde el dolor, lograron salir cantando. Las hermanas encontrarían
la llave. La había colocado como una lámpara para que no pasara inadvertida. Y
hallarían las cartas que ella escribía en sus días inútiles, bajo la tiránica
voluntad del padre y la inconmovible resignación de la madre. Ella, la de los
besos destruidos, la de las primaveras olvidadas y de los otoños pintados con
lágrimas.
__ Pura imaginación la tuya, Amelia. Pero a partir de ahora, mis hermanas
nunca más me van a mirar, como a una mujer marcada por las cicatrices de una
eterna soltería. Mis ojos siguen encendidos, más transparentes que las ventanas
donde el viento me acaricia, con su mano verde.
AUTORA: Susana Solanes- Rosario
(Santa Fe- Argentina)
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