Hola Amedeo, registro tus memorias
y te veo pintando
para justificar la censura.
Dicen que eras un borracho
en los tiempos en que lo perverso
estaba permitido.
Comenzaban a provocar el nacimiento de una guerra
y eso tenía un permiso condenable.
Entretanto, con tu pincel en lugar de bayoneta
eras el rey de los libidinosos por lo que pintabas
aunque no hubieses suscrito a ninguna guerra.
En realidad tu contienda era otra:
pintar, pintar y pintar
y que las mujeres te amaran
y que los hombres te odiaran porque les quitabas sus mujeres.
¿O eran ellas las que perseguían?
Y vos seguías pintando
a pesar de la tuberculosos
a pesar del alcohol
a pesar de las drogas.
Esa era tu guerra y al final, cuando todo era demasiado tarde
amaneció Jeanne
la que juró amarte hasta el delirio.
Y vos supiste que
aunque tarde
ella había llegado como una luz desmesurada.
Y la amaste locamente
como aman los locos talentosos.
Y calentaste sus senos
y besaste su vientre y ella
como una Virgen Divina pero mucho más adentro
dejó que ordenaras el embrión de un niño parecido a Jesús.
Y la llenaste de amor
y ella hizo todo lo que le reclamabas
porque sabía que no habría otro y que serías para ella y ella para nadie más.
Ni siquiera, para ese niño que habían concebido.
Entonces Jeanne, cuando regresó de tu estación terminal
secó sus lagrimas como si fueran lluvia
acarició su vientre de nueve meses
y ordenó sus cosas y las tuyas.
Luego, abrió la ventana y saltó al vacío
para que vos continuaras inventando todas las imágenes
a pesar del mármol, los viejos recuerdos y las profundidades.
Y seguiste mezclando colores
mientras ella volaba como un pájaro roto para caer sobre tu imaginación.
Y vos, agradecido, no dejaste jamás de pintar sus ojos rasgados por el viento
y su pelo grueso y negro como la bandera de la muerte.
Ahora, en las noches cálidas, los veo salir tomados de la mano
porque Jeanne quiere seguir expandiendo tu talento.
y te veo pintando
para justificar la censura.
Dicen que eras un borracho
en los tiempos en que lo perverso
estaba permitido.
Comenzaban a provocar el nacimiento de una guerra
y eso tenía un permiso condenable.
Entretanto, con tu pincel en lugar de bayoneta
eras el rey de los libidinosos por lo que pintabas
aunque no hubieses suscrito a ninguna guerra.
En realidad tu contienda era otra:
pintar, pintar y pintar
y que las mujeres te amaran
y que los hombres te odiaran porque les quitabas sus mujeres.
¿O eran ellas las que perseguían?
Y vos seguías pintando
a pesar de la tuberculosos
a pesar del alcohol
a pesar de las drogas.
Esa era tu guerra y al final, cuando todo era demasiado tarde
amaneció Jeanne
la que juró amarte hasta el delirio.
Y vos supiste que
aunque tarde
ella había llegado como una luz desmesurada.
Y la amaste locamente
como aman los locos talentosos.
Y calentaste sus senos
y besaste su vientre y ella
como una Virgen Divina pero mucho más adentro
dejó que ordenaras el embrión de un niño parecido a Jesús.
Y la llenaste de amor
y ella hizo todo lo que le reclamabas
porque sabía que no habría otro y que serías para ella y ella para nadie más.
Ni siquiera, para ese niño que habían concebido.
Entonces Jeanne, cuando regresó de tu estación terminal
secó sus lagrimas como si fueran lluvia
acarició su vientre de nueve meses
y ordenó sus cosas y las tuyas.
Luego, abrió la ventana y saltó al vacío
para que vos continuaras inventando todas las imágenes
a pesar del mármol, los viejos recuerdos y las profundidades.
Y seguiste mezclando colores
mientras ella volaba como un pájaro roto para caer sobre tu imaginación.
Y vos, agradecido, no dejaste jamás de pintar sus ojos rasgados por el viento
y su pelo grueso y negro como la bandera de la muerte.
Ahora, en las noches cálidas, los veo salir tomados de la mano
porque Jeanne quiere seguir expandiendo tu talento.
AUTOR: Edmundo Kulino- C.AB.A
(Buenos Aires- Argentina)
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