Cuando murió la
abuela me facultaron para acondicionar, guardar o tirar las
cosas que quedaban en el ropero.
Más de una vez
atisbé en sus aposentos, admirando los muebles que se empeñaba en
conservar.
Sus hijos le
aconsejaban que vendiera aquellas antigüedades y se comprara algo más moderno y
confortable, a lo que ella solía decir:
_Cómo voy a
deshacerme del juego de dormitorio que adquirimos cuando nos casamos!
Debo reconocer
que los mismos lucían bonitos. Nos había contado que era un juego
estilo Provenzal de Roble. De color claro, con las puertas y respaldos de
la cama, tallados con guirnaldas de flores. ¡Una delicia de la ebanistería!
En esas
escaramuzas que me permitían ver el interior del ropero de tres aberturas, podía
observar sus prendas prolijamente colgadas, o dobladas en los estantes.
Cada puerta
poseía una llave de bronce, con el extremo tallado luciendo un bonito
arabesco.
A la izquierda,
además tenía un secreter, justo sobre la cajonera y el mismo poseía una
puertita con la llave idéntica a las del frente. Ese lugar me
estaba vedado, nunca la abuela me lo mostró, ni me animé a abrirlo.
Parecía que ahí guardaba sus secretos.
Llegado
el momento de tener que hacerme cargo de la tarea encomendada, abrí por
primera vez la pequeña puerta, y comencé a sacar el material allí oculto.
Chucherías, papeles, fotografías. Tomé un sobre marrón, descolorido por los
años y me dispuse a enterarme de su contenido.
En él había
fotos, no muchas, pero todas en blanco y negro, incluso sujetas con un broche.
Debían ser algo especial.
Me senté
sobre la cama y comencé a contemplarlas. Si, eran muy antiguas, algunas tenían
aclaraciones sobre las personas allí retratadas.
La abuela cuando
era chiquita, otra con sus hermanos, con los padres… toda la familia. Ella
cuando era niña… adolescente; en ocasiones ya había visto algunas de aquellas
estampas.
Mis ojos
contemplaron extasiados ésa donde brillaba con un traje de fiesta. ¡Qué bonita!
Seguramente su graduación, ¡Era tan joven!
De pronto mis
manos tropezaron con una, que tenía la certeza de no haberla visto nunca.
Era una pareja;
los dos jóvenes y elegantes.
Me di cuenta de
que la mujer era la abuela, porque había visto en otras ocasiones fotos de ese
tiempo y no tenía dudas de la identidad; más su acompañante ¿Quién era? El
abuelo seguro que no, porque también había contemplado muchos retratos
de él y no se le parecía.
Miré el reverso
como para conocer la identidad del muchacho, pero no había nada escrito.
Calculé las edades, no llegarían a los veinte. Sabía que cuando se casó ella
tenía veinticinco.
¿Un idilio
anterior? ¿Dónde se habían tomado la
fotografía?
Sus manos estaban
entrelazadas y las miradas que intercambiaban sugerían mucha dulzura. Una leve
sonrisa curvaba sus labios.
¿Alguien
habrá visto esa fotografía, o la tenía celosamente guardada, recordando tal
vez un amor imposible?
Una gruesa
lágrima se me escapó y cayó sobre el retrato. No pude contener mi angustia y la
incógnita que ya nunca develaría.
Habrá sido feliz
con su familia? Ojalá que sí. Nunca demostró lo contrario. Aunque al guardar la
foto con tanto celo, es seguro que aquellos recuerdos siempre siguieron en su
mente…y tal vez muy ocultos en el corazón.
AUTORA: Olga Catalina Schmidt- Rafaela
(Santa Fe. Argentina)
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