Era una de esas frías tardes de
otoño, miré por la ventana las hojas secas formando remolinos por la calle
empedrada, el leño crepitando en la salamandra y el café recién hecho
impregnando la casa, trajeron a mi memoria ese lugar donde encerraba el pasado.
Busqué algo dulce que acompañara
la tarde, la nostalgia ya estaba allí, para recordarme dónde guardaba la llave
antigua de bronce que descorriera las cortinas del tiempo.
En el viejo cofre yacía un manojo
de violetas silvestres envueltas en papel de seda, donde, aunque borrosa, podía
leerse una fecha que mejor no recordar por lo lejana; fotos de un amor que no
fue con las imágenes de nosotros dos, alegres, diáfanos, bellos, plenos,
después la vida se encargó de llevarnos por distintos caminos, aunque ese amor
se quedó instalado en mí para toda la vida; en una caja diminuta, una media
medalla y una alianza de plata dormía un sueño inconcluso.
Mientras un puñado de cartas
ajadas y desteñidas esperaban ser leídas una vez más; abrí esas cartas que me
escribiste adolescente, y acaricié con mi vista cada letra, cada palabra, hasta
que mis ojos las desdibujaran de tanto recorrer sus frases. Una historia de
amor como tantas… solo que esa era la nuestra, única e irrepetible.
Ordené los recuerdos y cerré
nuevamente el cofre; todo está muy bien así.
La nostalgia se ha acrecentado en
esta tarde que comienza a agrisar sus colores y silenciar sus sonidos, pongo
dos cucharitas de azúcar al café… me gustan los sabores dulces, bucear en mis
rincones internos y darme cuenta que la vida ha tenido mucho de dulzor, me
gustan los días otoñales, las calles empedradas, el olor a violetas y glicinas,
el leño ardiendo en la salamandra, mirar por la ventana la hojarasca y recordar
los días placenteros de mi vida acariciando los recuerdos guardados celosamente
por una llave de bronce antigua en un cofre con retazos de vida.
AUTORA: Cristina Gioffreda
C.A.B.A (Buenos Aires- Argentina)
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