Llegué
a esa casa buscando una respuesta, una explicación a la carta que había
recibido esa semana. En realidad no era una carta sino una foto, ni una palabra
ni una letra. Conociendo los laberintos de su mente eso querría decir mucho sin
decir nada. Era otra de sus maneras de comunicarse y confiaba en mí para
descifrar sus mensajes. Era nuestro juego, aunque hacía varios meses que no
sabía nada de ella. Su habilidad para la pintura me hizo pensar en un primer
momento que era una toma de su última creación y me estaba invitando a ser su
primer observador crítico. A ella le interesaba mucho escuchar mis
interpretaciones de sus obras de arte y para mí, era como resolver un juego de
ingenio o darle rienda suelta a mi imaginación, asignándole a cada trazo o
pincelada un significado que revelara que conocía en profundidad a su autora.
Así que, sin demorarme más, tomé mi auto y me dirigí hasta su cabaña al pie de
la montaña, a unos kilómetros de mi casa en un pequeño paraje. Siempre le gustó
la inspiración de la soledad, como ella le llamaba, soledad “acompañada” por lo
que la apasionaba y la hacía feliz.
En
el camino me pregunté por qué se había demorado tanto en contactarme y me recriminé
por no haberme acercado antes para averiguarlo. Inmediatamente me respondí con
una sonrisa y pensé, “a esta ermitaña no le gusta que la molesten, si ella no
te busca, no la busques” ¡Todo un caso mi amiga entrañable! También
me auto convencí de que debió haber estado muy ocupada en sus cosas que la
alejaban del resto del mundo. Navegaba en su inmenso interior tan rico y
profundo que eso justificaba sus aislamientos.
A
lo lejos se divisaba el humo que salía de la chimenea y me dije, “en unos
minutos estaremos compartiendo un café junto al fuego”.
Al
golpear la puerta, ésta se abrió y con mi tradicional silbido anuncié mi
ingreso. No vino a mi encuentro, es más, no la encontré en ninguna habitación
ni en el patio. Fui a su atelier y la sorpresa fue mayor, no solo no estaba
allí tampoco sino que no había ningún cuadro que se asemejara a la extraña fotografía
que había recibido por correo. Al girar, vi sobre la mesa de lectura los
papeles y la llave, estaban exactamente dispuestos como en la foto.
La
búsqueda de mi amiga fue en vano, nunca apareció y no hubo rastros de ella. La
policía trató por todos los medios de dar con la cerradura correspondiente a esa
llave pero fue inútil y en los papeles no había ni una palabra escrita que
pudiera servir como pista. Junto a los papeles había uno que era fotográfico,
muy antiguo. Sea lo que fuera que allí estaba era tan borroso que no arrojó luz
sobre la investigación.
Había
llegado mi hora, debía dilucidar el mensaje, me dije en secreto. Y he aquí mi
conclusión: era una llave simbólica, para que abriera la puerta de mi entendimiento
y de su realidad. Esos viejos papeles estaban en blanco, mejor dicho en sepia y
otros arrugados como un mensaje descartado y luego recuperado para desandar el
hecho, estirado a mano acentuando lo no escrito. Allí se leía el mensaje: la
nada, el vacío. Marchas y contra marchas de una vida que parecía plena y en
colores vivos pero que en realidad había sido una foto borrosa e irreconocible.
Una nada abollada y arrojada a la basura, luego recolectada, planchada con el
calor de la mano, lista para ser escrita, y nada. Su vida, no sé en qué momento,
se había tornado esa nada y no supe darme cuenta a tiempo. No fui lo
suficientemente lúcido como creía, no fui capaz de interpretar sus signos.
Ahora me lamento, creí conocerla y no sabía nada de ella.
AUTORA: María Alejandra Civalero Mautino
Clucellas (Santa Fe- Argentina)
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