Encontrarás
un cofre de madera añeja unida, sin clavos. Lo alzarás con dificultad. Te darás
cuenta que no posee cierre alguno. Detendrás la tentación de levantar la tapa.
Llamarás, solicitarás permiso y te enfadarás al recibir la respuesta que
buscabas. Esperarás abrirla, hasta exasperarte, pero esa ha sido tu determinación.
Dirás que te forzaron a requerir autorización, sabrás que es una calumnia.
Reconocerás que te obligaste a ello, como un acuerdo, será verdad.
Verás mi llegada. No será una
sorpresa. Significará aceptar una decisión impuesta, un legado de ausentes. Comprometer
mi presencia ha sido tu elección.
Reconocerás que acepté abrir juntos el
viejo arcón, nunca fue de tu gusto. Abandonarás la molestia de la espera, cumplirás
el mandato, será, quizá, una sanación para nosotros, los aún vivos.
Comprenderás que aquella orden que
nos dieron pudo tener alguna lógica y pensarás que podríamos estar frente a un
absurdo.
Imaginarás inútilmente el contenido,
posibilidad inaccesible y poco atrayente, un misterio ajado, depreciado, apenas
una suposición. Alejarnos de nuestros padres y entre nosotros dos fue una elección
familiar, parte de un trato encubierto que no inquietaba sentimientos.
Admitirás que todo se tornó difícil.
Reconocerás que para ti el haber sido el menor te complicó, papá y mamá fueron
dos ancianos desconocidos. Embrutecidos tras el arado y el trabajo para su
bolsillo, estéril.
Cumplirás lo prometido y me verás
acompañarte. Creerás que otro interés me mueve, eso será una farsa. Jurarás y
recibirás junto a mí el único dato que
nos dieron. Nos miraremos para
reconocernos. Ambicionarás una herencia imposible. Pronto confirmarás que nada del contenido del cofre vale,
contendrá miseria. Tiempo después de que
no nos sorprendiera la muerte de los viejos, sabrás que, todo se transformará en
un ridículo cuadro dramático. La puesta en escena parecerá importante; creerlo,
imposible. Su fallecimiento solo significó no asistir a sus entierros.
Recibirás luego el llamado de un pariente,
habitante del campo lindante. Aceptarás el tardío mensaje y hasta un inocuo
pésame.
Conmigo acordarás el día del viaje y
el posterior encuentro. Un fastidio.
Te enterarás de que no vamos a ser
propietarios ni de inmuebles, ni de tierras. Nos quedará quemar desechos, despedirnos
sin dolores del lugar donde nacimos y devolver la choza y la finca a sus dueños.
Y así finalizará la tarea.
No creerás que algo cambiará nuestras
vidas; sería un engaño. Sincerar la situación es todo. Pensarás que las
langostas, la sequía y el hambre nos arrojaron de allí, es falso. Nos fuimos y
los abandonamos seguros de no ser condenados.
Remordimientos, inútil negarlos,
tanto como justificar los hechos. Tener a mano las razones del porqué lo
hicimos, ya no valen. Hoy volver es lo único que molesta, pero hay que hacerlo.
Pensarás en el valor que contendrá el
rústico cofre de madera añeja unida sin clavos; una ficción. Sabrás que es
imposible adivinar qué hicieron de él los dos viejos, solos, enfermos,
esquizofrénicos. Podríamos no encontrarlo.
“Hermano, olvidarte es la actitud
más comprensible. Hagámoslo”, te diría y apuraría la limpieza de la casa antes
de que el sol huya de la noche.
Olvidar, a veces es bueno, hasta
necesario. Rebuscar, una actitud de avaro, de codicioso y ruin. Recordarás la orden de papá, volver para buscar
la caja.
No te resultará fácil hallarla, plantarla
junto a mi vista, pero intentarás. Esperarás mi consentimiento para abrirla, oírme
decir que sí. Sentirás la emoción del codicioso. Levantarás la tapa convencido
de que si yo la encontraba no te lo hubiera dicho. Creerás que tener un cuchillo en la cintura
te hace peligroso. Intenta usarlo. Sabrás cuán rápido es el plomo de un 38.
Abrirás el cofre, echarás una
primera mirada. Tomarás doce páginas recortadas escritas con tipos de imprenta.
Descubrirás que son las que faltan a los
únicos libros sin dueños que habitaban en la casa y nunca se leyeron. Nadie sabía
hacerlo, ninguno se interesaría. Quizá odio acumulado, un desenlace cerebral ignorado,
fue papá quien lo hizo con tijeras. En otras hojas apretadas por un broche
metálico verás un mensaje, un anuncio para el que acepta los misterios, están
en blanco. Y creerás que había otras cosas quizá, antes de que llegues, sustraídas
por el pariente vecino. Oirás lo que dice, eso de que el viejo le contó antes
de morir, el encuentro de un tesoro
enterrado, la bolsa con antiguas monedas españolas de oro que bien las tenía a
resguardo en un depósito situado en la ciudad. Y verás aquí solo una caja de
madera añeja unida sin clavos, que guarda hojas de libros despojados, un broche
apretando otras en blanco y una llave hermosa y obsoleta que permitiría
descubrir la riqueza acobachada.
Palparás la hermosa llave. Se
estremecerán, por un segundo, nuestros espíritus y se sacudirán las carnes
hasta el temblor. Te darás cuenta que desconoces el lugar donde hallar la
concavidad de la bocallave. Eso te abatirá. Sentirás que no ha sido un olvido y
padecerás el sabor de la venganza. Soltarás la llave, la tapa se cerrará sola y
me verás de espalda partir. Hermano, así es la vida.
AUTOR: Anselmo Miguel Molinas
Santa Fe (Argentina)
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