¿Recuerdas aquella llave? La que, en
nuestra infancia, nos abría la puerta del reino de la magia en la casa de los
abuelos.
La llave que nos llevaba a ese lugar
donde éramos príncipes y princesas en sus reinos. Éramos corsarios navegando en
el bravo mar, buscando tesoros que luego escondíamos en una isla remota.
O cuando éramos galantes y valientes
caballeros que rescatábamos doncellas de las garras del dragón.
Surcábamos los vastos cielos en cohetes
espaciales que nos llevaban a planetas desconocidos e inexplorados donde
nosotros éramos conquistadores.
Hacíamos viajes al centro de la tierra,
donde vivía la raza de extraterrestres antiguos que usaban la máquina del
tiempo para viajar.
Fuimos bandidos y sheriff en el viejo
oeste. Fuimos policías y ladrones. Fuimos trapecistas de circo y también los
payasos con sus narices rojas y eternas sonrisas.
Fuimos niños, fuimos felices. Fuimos
mimados por abuelos que nos adoraban y que a la hora de la merienda nos
golpeaban despacito la puerta para no interrumpir nuestro reino de magia, y nos
dejaban la bandeja con vasos de leche caliente y mil galletitas de colores. Los
mismos abuelos que, alguna vez también. junto a nosotros eran reyes o
astronautas.
El abuelo sheriff que perseguía a los
bandidos que siempre escapaban. O la abuela, la princesa que íbamos a rescatar
de la torre en que el malvado ogro la tenía cautiva. Esos abuelos que nos
llenaban de besos y abrazos.
¿Recuerdas esa llave? Era la que abría
la puerta del ático de la casa de los abuelos. Aquel ático lleno de ropa
antigua y enseres que convertíamos en nuestro reino de magia.
AUTORA: Claudia Fernández
Balcarce – (Buenos Aires -
Argentina)
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