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miércoles, 6 de mayo de 2020
"Tintas de amor" (por Emilio Itatí Rodríguez) TALLER VIRTUAL 3
Escuchó el sonido de unos cascos que se detenían
frente a su casa. Su ser entero se estremeció, su corazón comenzó a latir con
desenfreno.
De pronto alguien golpeó la puerta vigorosamente.
Sintió como que estos golpes se lo daban directamente en el alma. Gervacia, su
nana, acudió presurosa al llamado. Al abrir la puerta se encontró con un
extraño hombre alto de tez trigueña, que la saludó amablemente y sin decir más
le entregó un paquete para su señora, marchándose rápidamente sin esperar
retribución alguna.
Gervacia jamás olvidaría aquellos ojos que fulguraban
como brazas y la expresión extraña de su rostro.
-¿Quién era?- preguntó doña María, con vos
angustiada mientras recordaba que este momento lo había imaginado miles de veces. .
-Un mensajero señora, trajo un paquete para
usted- alegó Gervacia.
-¡Alcánzamelo entonces!- solicitó con
aflicción.
Su nana se dirigió, con su andar añoso,
hacia el patio de invierno en donde se encontraba su señora, fue
arrastrando los pies como si no quisiera llegar nunca a destino.
-Aquí lo tiene doña María, alcanzándole el pequeño
atado, ¿le traigo algo más?- moduló con
vos doliente, pudiendo apenas articular aquellas palabras.
-No gracias, puedes irte.-
- Bien señora- dijo la negra y se dirigió
a la cocina conteniendo su llanto.
María desarmó
el insólito envoltorio, con atenuado nerviosismo. Sus ojos se llenaron de
lágrimas, sus finas manos acariciaron aquellos sobres amarillentos. Ella le había
escrito a su marido, que aún a pesar del tiempo, contenía todo el fuego de su
alma. Los mismos estuvieron perdidos en Londres y hoy regresaban a ella sin que
su destinatario pudiera jamás leerlas.
Entre los sobres que ella había enviado se
desprendió otro que terminó entre sus pequeños pies. Al instante reconoció la caligrafía, sintió
que su corazón no lo resistiría, y estuvo a punto de desmayarse, alcanzó solito
un grito llamando a su nana que acudió con premura.
-¡Doña María! que sucede, señora ¡oh mi Dios, Jesús
santo que le sucede!-
Los gritos de Gervacia sosteniendo a su señora entre
sus brazos alborotó a toda la casa, otro criado salió en busca del médico que
concurrió de inmediato.
Ella apenas convaleciente posó sus ojos en aquella
carta escrita por su marido,
la examinó, prudentemente y por último la leyó.
1 de marzo de 1811
Adorada
Mariquita:
Ni
el mar y su inmensidad azul o mi quebrantada salud me pueden alejar de ti,
querida esposa.
Mis
manos temblorosas, debido a mi desmejorada salud, garabatean estas exiguas
líneas, que espero comprendas como siempre lo hiciste.
Quiero
que sepas que mi amor por ti se encuentra intacto, que jamás ha sido el deseo
de mi corazón provocar esta separación, ni la herida que esta causa.
Con
mi alejamiento o exilio político, como lo llaman ellos, he puesto distancia entre
mis enemigos y yo, que me han hostigado por mis ideas radicales.
Pero
no quiero desperdiciar mis últimas energías hablando de política, más bien
pretendo decirte todo el bien que le has hecho a mi vida.
Sé
que estas palabras también te causarán dolor y provocarán tu llanto, ya que no
estaré más contigo, este viaje será el último de mi vida y el mar será el dueño
de mis huesos.
Pero
quiero que por esta carta sepas que los latidos de mi corazón que se apagan
lentamente, están repletos de gozo por haber tenido tu amor, y esa es la fuerza
que impulsa mi débil mano a plasmar este adiós.
Sé
que no te dejé una gran fortuna, solo este inmenso amor que ahora en esta
ultima hora te profeso, pero te encargo un último pedido, cuida a nuestro hijo
Marianito, enséñale las buenas costumbres para que sea todo un caballero, y por
las noches deposita este beso que te dejo, en su frente, de mi parte.
La
luz de mis ojos languidece. Creo que ha llegado el momento, no temo a la muerte
pero lo que lamento es no tenerte cerca para despedirme amor mío.
Con
todo Mi Amor. Tu querido Moreno.
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